Que se haya colocado una pequeña placa en el respaldo de un
banco público, en el lugar donde fue secuestrado Publio Cordón Munilla, me parece respetable. Es bueno que no
perdamos la memoria de las cosas. El señor Cordón ya tiene reciente homenaje, placa
y un camino peatonal que lleva su nombre. Pero me permitirá el lector que pida remembranzas
equivalentes para otras muchas personas que fueron víctimas de la represión y
que, por desgracia, permanecen en el anonimato y su recuerdo tan difuminado en la Memoria Histórica
como el polvillo de las mariposas. Es decir, no existen placas en los barrancos y en las
cunetas donde hubo fusilamientos masivos por defender la Libertad; ni en el punto
exacto donde un entrañable amigo se cayó de la moto y se dejó los sesos sobre
el asfalto; ni nadie tiene en su recuerdo a aquel albañil, posiblemente
subsahariano, que se fue al vacío desde el andamio y cuyos restos fueron a la
fosa común; etcétera. Durante los años 60 del siglo XX al ministro de Obras
Públicas de turno se le ocurrió la rara idea de señalar los puntos tétricos de
las carreteras donde había fallecido alguien: “Aquí un muerto”, “Aquí tres
muertos”, en un intento vano de concienciar a los conductores de la importancia
que tenía estar muy atentos a las curvas y a los cambios de rasante. Pero nunca
reconoció aquel Estado Español vencedor en cien batallas y manejado por el
dictador Franco que las carreteras
de entonces eran infames, parcheadas, con árboles pintados con una faja blanca
en su tronco, de un solo carril de circulación en cada sentido de la marcha y
en las que cada adelanto a un camión equivalía a jugarse el tipo por el alma de
la abuela. La culpa, siempre había culpa, era del ciudadano despistado. Jamás
de las infames infraestructuras viales. Eran los años en los que se pusieron de
moda los eslóganes “Papa, no corras” y “Papá, ven en tren”, aunque en el tren
se tardasen seis horas en hacer el recorrido Zaragoza-Madrid, o 36 horas en ir
desde Barcelona hasta La
Coruña. Otro eslogan famoso fue el de “Trabaja, pero seguro”,
animando a los obreros a que llevasen en la obra el casco protector, más por
evitar posibles absentismos que por la preocupación por la salud del productor.
Al menos, aquel Estado Español, aunque fuese por pasiva, era consciente de que
si al cabeza de familia le sucedía algo en un viaje o en la factoría su familia
se quedaba automáticamente en la peor de las ruinas posibles. Lo de Publio
Cordón es distinto. Tuvo la desgracia de toparse con unos miserables del GRAPO,
que le secuestraron. Se pagó un fuerte rescate, sin éxito. Silva Sande confesó años más tarde que el cadáver de Publio Cordón
fue enterrado en un paraje francés del Mount Ventoux, pero sus restos no han
sido encontrados pese a los importantes intentos de búsqueda. Es todo lo que
sabemos veinte años después. Y todos los ciudadanos de bien lo sentimos. Se da
la circunstancia de que el ministro de Interior y Justicia de entonces era Juan Alberto Belloch, actual alcalde
saliente del Ayuntamiento de Zaragoza. Mis respetos para Pilar Muro, viuda legalmente reconocida y actual presidenta del
Grupo Hospitalario Quirón. Por fortuna, a la señora Muro no le ha sucedido lo
que a la viuda del obrero muerto que antes comentaba, cuando se quedaba en la
miseria tanto ella como sus hijos pequeños. La señora Muro (primera accionista
de USP Grupo Hospitalario), Alfonso Soláns (dueño de Pikolín) y César Alierta (presidente de
Telefónica) son las personas más ricas de Aragón, según los Top 3 por Autonomías publicados por la
revista Forbes. Y “…los duelos, con
pan son menos; pero tal vez hay que se
nos pasa un día y dos sin desayunarnos…”. (El
Quijote, cap.XIII, 1ª parte).
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