Ochenta años no es nada
En un viejo chiste se cuenta que el coronel, cansado de las borracheras
de la oficialidad y de la tropa de su regimiento cuando salía de paseo, decidió
pedir permiso al alcalde para colocar en la cantina del pueblo un curioso
cartel: “Soldado, no bebas. El alcohol mata”. El tabernero, alarmado ante el
descenso de su recaudación, añadió debajo otro cartel: “El buen soldado no teme
a la muerte”. El español siempre encuentra recursos para salir del atolladero.
Recuerden, por ejemplo, cuando Rodríguez
Zapatero, allá por 2009, apostó por el Fondo
Estatal de Inversión Local, dotándolo con 8.000 millones de euros para que
los municipios llevasen a cabo pequeños proyectos. El resultado fue que se dio
empleo a 240.000 ciudadanos, de los que 92.000 eran nuevos contratos. ¿Fue la
solución al problema del desempleo? No, pero algo había que hacer en momentos
delicados. Hubo otras medidas, como bonificaciones a empresas por contratar a
parados de larga duración; que se pudiese acceder hasta el 60% de la prestación
para intentar convertirse en autónomo; se estudió la manera de eximir del pago
del IVA a aquellas facturas que todavía no se
habían cobrado por parte de las empresas; etcétera. Los recetarios
contra la crisis económica fueron diversos. Unos más acertados que otros. El
PSOE apostó por aquel Plan E cuando
el PP, todavía en la
Oposición, propugnaba austeridad en el gasto público ante la
tremenda recesión instalada y con evidente riesgo de deflación. A partir del
triunfo del PP, con mayoría absoluta en las Cámaras y con dominio casi absoluto
en casi todas las Comunidades Autónomas, los españoles sufrimos el mayor
recorte en Sanidad, Educación, servicios sociales y pérdida de poder
adquisitivo de jubilados y trabajadores desde que se tenía noticia. El paro,
sin embargo, siguió creciendo. Se aumentaron los impuestos directos e
indirectos, se pisoteó el Estatuto de los Trabajadores hasta límites vergonzosos,
se tuvo que rescatar a unas cajas de ahorros hasta entonces manejadas por
políticos y sindicalistas ineptos (caso Bankia) y por una Iglesia Católica
depredadora que daba palos de ciego (caso de CAI). En fin, Rajoy se parece a aquel coronel que mandó poner el cartel en la
cantina por el bien de la salud de los soldados. Pero los ciudadanos, hartos de
la corrupción instalada en las instituciones del Estado, ha apostado con su
voto en las últimas elecciones municipales por el fin de un bipartidismo instalado
en este país desde los inicios de la democracia y que ha resultado ser más
deletéreo para el conjunto de los ciudadanos que el bacilo de Koch. Y, ahora, la derechona de
siempre, esa que nunca pidió perdón por el trágala de un nacional-catolicismo ya extinto, escribe ríos de tinta sobre el
regreso del Frente Popular. Pero los ciudadanos no tememos un giro a la Izquierda de la misma
manera que los soldados no tienen miedo a la muerte. El artículo de José María Carrascal de hoy en el
diario ABC (“2015 no es 1935. Pero…”)
es la última muestra de lo que afirmo. Sólo nos separan 80 años, más o menos la
edad que tiene ese periodista que parece vivir en tiempos de los dinosaurios, o
sea, hace 80 millones de años.
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