Cuando el Gobierno de turno cree necesaria cambiar la
ponderación impositiva quiere decir que nos va a subir el IVA; si habla de
flexibilidad laboral se refiere al abaratamiento del despido; cuando hace
referencia a gravamen a activos ocultos,
que se ha practicado una amnistía fiscal generalizada para delincuentes; cuando
informa de que hay hilillos de plastilina, que existe fuga masiva de fuel en el
mar, provocando un desastre ecológico; señalar que existe un impacto asimétrico
de la crisis significa que pagará más el que menos tiene; cuando algo es de
interés general, quiere decirse que es de interés para las entidades
financieras; ser liberal-conservador equivale a decir que se es de extrema
derecha; la libre competencia es la competencia desleal defendida por aquellos
que parten de mejor posición; línea de crédito para la banca en condiciones
preferentes se puede reducir a una sola palabra: rescate; medidas de
consolidación fiscal, no es leche sino caldo de teta, o sea, recortes; medidas
para incentivar la tributación de rentas no declaradas es equivalente a
amnistía fiscal para rentas elevadas; medidas para garantizar la sostenibilidad
del Sistema Nacional de Salud viene a
significar privatización de la sanidad pública; mejora de la competitividad es
otra forma de llamar a la congelación de salarios; prima de riesgo, según J.M Sánchez Gordillo, es un fantasma
para asustar a idiotas; vivir por encima de nuestras posibilidades es creerse
con derecho a una educación y una sanidad públicas y de calidad; etcétera.
Hasta ahora creíamos que existía una jerga que utilizaba la clase médica y otra
jerigonza entre la abogacía. Pero los políticos han descubierto otra manera de
llamar a las cosas. Recuerden, por ejemplo, a Sancho Rof, cuando declaró a los medios que el “bichito” que
producía la enfermedad causada por el aceite de colza desnaturalizado “si se
caía de una silla se mataba”. Y aquel síndrome tóxico –que no el bichito- dejó
un balance de 1.100 personas muertas y otras 60.000 envenenadas con secuelas
irreversibles. ¿Se depuraron responsabilidades? Muy pocas. Rajoy, siendo vicepresidente del Gobierno, definió el vertido de fuel del Prestige como “pequeños hilillos solidificados con aspecto de
plastilina en estiramiento vertical”. Y se quedó tan pancho ante el chapapote
causante de la una de las mayores catástrofes medioambientales de la historia
de España. Hay más: el accidente de Palomares, donde todavía quedan tierras
contaminadas; el escape radioactivo que contaminó el río Manzanares en 1970; la
rotura del oleoducto Rota-Zaragoza, cuyo vertido fue al río Genil en 1998; el
incendio en la central nuclear de Valdellós, en 1989; otra en Ascó, en 2007,
cuando un operario vertió un bidón con agua contaminada y hubo fugas de
partículas radioactivas; el accidente de Acerinox en 1998, cuando en el
tratamiento de chatarras una fuente de cesio 137 llegó al río Tinto; etcétera.
La primera medida de ese “libro de estilo” político consiste en intentar
silenciar el problema causado por parte de las autoridades. Y cuando lo airea
la prensa, entonces no queda otra que buscar responsabilidades. Siempre
aparecerá un chivo expiatorio que cargue con el mochuelo: un obrero sin
cualificación, un maquinista de locomotora, un factor de circulación…, y se
zanjará el caso sin más trámites. Este es un país donde los políticos siempre
esquivan responsabilidades utilizando la coletilla “y tú más” y donde los
costes de sus derroches siempre van con cargo al maestro armero, es decir, a
los ciudadanos. Pero no pasa nada. Y si pasa, ¿qué pasa? ¡Leña al mono, que es
de goma!
No hay comentarios:
Publicar un comentario