Mucho se ha escrito ya
en la prensa sobre la ensordecedora pitada al Himno Nacional y a Felipe VI durante la final de la Copa del Rey en Barcelona. De
la misma manera, han criticado la mueca de Artur
Mas, que era una mueca al estilo de La Gioconda
más que otra cosa. No hubo risa por
parte del presidente de la
Generalidad. Sólo una velada sonrisa. No es lo mismo reírse
que sonreír. A mi entender, la pitada fue una muestra de intolerancia y una
falta de respeto. Pero mantengo que los ciudadanos tienen derecho a
manifestarse por mucho que molesten determinados chiflidos. Ello forma parte de
la libertad de expresión. Posiblemente en Bilbao, en el estadio de San Mamés,
hubiese pasado algo parecido. Para Mas,
tan bochornoso espectáculo “debe situarse en un contexto normal en este tipo de
acontecimientos”. Tal vez es que todavía, a estas alturas de la
democracia, no hayamos encontrado la
forma de Estado (Monarquía o República) adecuada ni los símbolos que verdaderamente puedan
unir a todos los españoles. O tal vez no la encontremos nunca y resulte que “los
españoles son ingobernables”, como dijo Amadeo
de Saboya al abandonar España. Unas dudas parecidas a las que tengo yo
ahora atenazaron a los revolucionarios en 1868 cuando expulsaron a Isabel II. ¿Por qué no la República? Prim había dicho aquello de “los Borbones nunca más”. Y se empezó a
marear la perdiz. La Corona
le fue ofrecida al hermano mayor de Amadeo, Cavagni y al sobrino de Víctor
Manuel II, Tomás, duque de
Génova, un niño de 13 años. La opción de Amadeo salió adelante porque
fracasaron todas las demás: las de Fernando
Coburgo, Antonio de Orleans, Alfonso de Borbón, Espartero, Carlos de Borbón,
el ruso Constantino Nikolaevich Romanov,
el danés Hans de Glücksburg y el
alemán Federico de Hesse-Kassel.
También se sondeó a los Hohenzollern,
casa real alemana encabezada por el príncipe Antón, hermano del rey prusiano Guillermo I. En España, a la muerte de Franco, no se dejó que opinase la ciudadanía y que pudiese
manifestar la nueva forma de Estado a la salida de aquella Dictadura. Aquel “atado y bien atado” de Franco equivalía
a reinstauración de la Casa de Borbón en la persona de Juan Carlos de Borbón y Borbón Dos Sicilias
por las Cortes preconstitucionales, al que consideraban heredero de los derechos
históricos. ¿Y Juan de Borbón? Algo
no cuadraba en aquel esquema. Pero la Constitución
Española de 1978 incluyó dentro de su articulado la figura
del nuevo monarca. Y cuando los españoles dieron el “sí” a la Constitución, aquel frío
6 de diciembre, asumieron sin fisuras aquella imposición venida de la mano del
dictador. Ya no hubo tío pásame el río. Respecto a los símbolos, es decir, a la
bandera, habría mucho que decir. Ya sabemos que fue adoptada por con todos sus
elementos actuales de acuerdo con la
Ley
39/1981, de 28 de octubre, que es cuando se añade el escudo. Con
anterioridad se refería a “tres franjas
horizontales, roja, amarilla y roja, siendo la amarilla de doble anchura que
las rojas”, como quedó reflejado en el Artículo
4, apartado 1, de la
Constitución del 68. Y el escudo de España quedó regulado por
la ley 33/1981, de 5 de octubre, y
por el Real Decreto 2964/1981, de 18 de
diciembre, donde se especificaba también la posición del escudo en la
bandera. El actual diseño de la bandera nacional surgió con el Real Decreto de 28 de mayo de 1785, por
el que Carlos III resolvía un
concurso convocado para adoptar un nuevo pabellón de la Marina, eligiendo dos
diseños: uno para los buques de guerra y otro para los mercantes, de entre las
doce propuestas que le presentó Antonio
Valdés y Fernández Bazán. Y no hubo ningún problema con esa bandera bicolor
hasta 1931, cuando la II República
adoptó otra enseña nacional. Los republicanos creyeron erróneamente que los
colores de la enseña nacional representaban a la Corona
de Aragón, y pensaron que introduciendo el color morado en la
enseña representarían así a Castilla. No se entiende muy bien. El Pendón de Castilla era carmesí. Esa
nueva bandera, donde se había sustituido el color carmesí por el morado, era la
que se usaba en los casinos republicanos. El color morado fue una reivindicación de los
comuneros castellanos del siglo XVI, que fueron la voz del pueblo contra la
tiranía del poder. Pero a lo que iba. La bandera republicana se utilizó en
España desde 1931 hasta 1939. La bandera bicolor la potaban los insurrectos,
que más tarde ganarían la guerra. Quizás, no lo sé, de ahí derive un cierto
odio visceral hacia la rojigualda por
parte de muchos ciudadanos que ahora la pitan cuando tienen ocasión. Yo no lo haría,
y entiendo que en la España
actual hay que respetar los símbolos y a la persona que ejerce la Jefatura del Estado,
aunque sea por herencia. Pero todos no pensamos de igual manera y para gustos
se hicieron los colores. Mientras sólo se pite, no pasa nada. Lo que no se
puede ni se debe permitir es que bandera y la Jefatura del Estado sean
impuestas por el ganador de una guerra entre hermanos; es decir, por Franco;
que dejó las cunetas llenas de esqueletos de ciudadanos que no pensaban como
él. Eso nunca más. Lo de las pitadas, a su lado, sólo es una anécdota a la que
no hay que dar mayor importancia.
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