Estos días sólo se habla de visitas a los cementerios y de
ese Halloween que se está empapando
en nuestra cultura española de forma irracional desde hace pocos años, aunque
ya los celtas lo celebraban al inicio del año ofreciendo sacrificios a Samhain en la Vigilia de Saman.
Sea como fuere, aquí se acabó el carbón, la representación de Don Juan Tenorio en los teatros de
provincias y llevar bonitos ramos de claveles a los difuntos. Nos arreglamos
con una calabaza y una vela, un poco de colorete color vino en la cara y unas
flores de plástico de los chinos, eso sí, con más lentejuelas que el vestido
escénico de Marifé de Triana, para
poner sobre las losas de mármol y junto a la frase lapidaria “tu esposa no te
olvida”. Los ayuntamientos habilitan más servicios de autobuses hasta los
camposantos; las floristas se desquitan de la crisis económica por unos días;
los ambigúes de los tanatorios sirven más botellines de cerveza y más raciones
de rabas; los parados de larga duración ofrecen escaleras de mano para llegar al último piso de los nichos a
cambio de “la voluntad”; y las viudas, que por regla general no olvidan al
difunto esposo (porque el “no olvidar”, como el “valor” en la mili, se les
supone), después de depositar las flores de polietileno y echar una lágrima
gorda quedan con las amigas para merendar chocolate con churros hasta la hora
del cine, por ver una película de éxito taquillero. El muerto al hoyo y la
viuda al churro, a falta de mejor aliciente. Ya puestos a contarlo todo, los maridos
solían ser de esos tipos aburridos con lobanillo en la oreja que se pasaban el
día en el taller y que los domingos, por aquello de que no era día hábil, se
sentaban en un sillón de orejas con la batamanta y las zapatillas de cuadros y
se quedaban dormidos frente al televisor. Y que cuando se despertaban, liaban
un cigarro de picadura selecta, de esos
que agujerean los pantalones, se servían una copita de Anís las cadenas, de finísimo paladar, y se ponían a silbar Ay pena, penita, pena por joder la marrana.
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