martes, 20 de diciembre de 2022

Casi no quedan tabernas

 


En el diario ABC de Sevilla lleva ya dos días casi seguidos Antonio Burgos refiriéndose a la desaparición progresiva de las tabernas, esos lugares sin cocina ni cafetera donde podías charlar en la barra con un conocido mientras tomabas unos chatos de vino. Pero resulta que los chatos de vino tampoco existen. Nadie te sirve ya un chato ni unas gildas en un platillo en forma de barco. Si pides un vino, el camarero te sirve un tinto “rioja” o “valdepeñas” en una copa grande y te lo cobra como si te hubieras pedido un plato de jamón de Trevélez, de la Tienda Maruja, ese pueblo pequeño situado en la falda del pico Mulhacén. De la misma manera casi han desaparecido las cantinas de andén en las estaciones de ferrocarril de las ciudades pequeñas. En las estaciones grandes hay bares franquiciados y con camareros sudamericanos resabiados. En las pequeñas poblaciones, ay, ya no paran ni los trenes, salvo algún ómnibus que se detiene y arranca en apeaderos de Adif sin hacer sonar el silbato, sin personal ferroviario y sin dar tiempo a rezar un paternóster. Algo parecido sucede con las “librerías de ferrocarriles”, donde siempre, no sé por qué, adquiría un ejemplar del diario “España” de Tánger, aquel periódico fundado en 1938 para favorecer a las tropas franquistas y que, con el tiempo, tuvo entre sus páginas columnas firmadas por republicanos represaliados por la dictadura, y donde en su redacción convivían franquistas, falangistas, requetés, carlistas, judíos, moros, cristinanos y demás ralea hasta su cierre definitivo, en 1971. Durante su mayor esplendor estuvo dirigido por Eduardo Haro Tecglen, llegando a tener 50.000 ejemplares de difusión. Fernando Santiago, colaborador de Diario de Cádiz, contaba en un artículo que el cantaor Juan Miguel Ramírez Sarabia, más conocido como Chano Lobato,  “durante el franquismo buscaba el diario “España” entre los marineros de los barcos de pesca que llegaban al puerto de Cádiz y se iba a la azotea de su casa a leerlo con tranquilidad. Veía en aquel periódico una serie de informaciones que no se podían leer en la aburrida y censurada prensa de la época. Hasta la Ley Fraga los periódicos tenían que pasar antes por el censor que en Cádiz era un afamado crítico taurino que fue republicano en la República y que se cambió de bando después del 18 de julio porque así se lo recomendó el Nazareno, según decía. El tipo recibía en una casa de alterne de la calle de la Plata y ataviado solo con un abrigo de mujer marcaba en rojo lo que no se podía publicar”. Las tabernas, como decía, están desapareciendo como las hojas de los árboles en invierno. También aquel olor característico a odres, barriles, porrones, vermú casero, sardinas de tabal y vinagrillos, entre hombres vocingleros con boina, pelliza y humo de "farias" o de "ideales", aquel "caldo" al que había que cambiarle el papel agujereado por las trancas del tabaco y que duraba entre apagado y encendido medio partido de fútbol televisado.

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