sábado, 6 de enero de 2024

Se acabó el carbón

 


Ahora lo que toca es comer el roscón y mañana desarmar los tinglados con las luces navideñas y desmontar los belenes. Se acabó la fiesta y toca volver a la rutina y esperar a que al Niño ahora nacido lo maten en Semana Santa de la forma más inmisericorde. Y, entonces, las procesiones y los ruidos de tambores y timbales ocuparán las calles y un raro fervorín se apoderará de todos al paso cada anochecida de las peanas con cristos sangrantes, vírgenes dolorosos y cofrades encapuchados con hábitos de todos los colores. Lo que importa es que la fiesta carpetovetónica no decaiga, que se llenen los hoteles y que los visitantes de otras regiones conozcan Zaragoza, esa ciudad de paso a mitad de camino entre las Dos Grandes, donde un raro ventolín que aquí llamamos cierzo siempre amenaza con mortificar los eventos y levantar las faldas. Hoy toca, como digo, comer el roscón y procurar que no pinchemos en hueso, es decir, que no nos toque el haba y que, además de sufrir el insulto de que nos llamen “tontolaba”, que es el tonto del haba con el ahorro de la hache, y tengamos que hacernos cargo del abultado coste de una arandela repostera que siempre termina produciendo ardor de estómago. El origen de “tontolaba” lo encontramos en una copla aparecida en Diario de Navarra  en 1928, según explicó  Francisco Ríos en el diario  La Voz de Galicia (10/09/2022), referida a un accidente de tráfico y a los insultos entre los dos conductores implicados. En “El gran libro de los insultos”, Pancracio Celdrán señala esa palabra malsonante como “sujeto que siendo tonto por naturaleza tiene además la desgracia de ser patoso” y añade en referencia a “haba”  que  “es metáfora formal relacionada con la punta del miembro viril por asemejarse la parte de la anatomía masculina a la semilla de esa planta herbácea”. Rafael Lapesa relaciona al tonto del haba con el rey de la faba. En los siglos XIV y XV, en algunas cortes reales de España y Francia se elegía como chanza el día de la Epifanía al “rey de la faba”, al que vestían con trajes suntuosos y le hacían buenos obsequios. También Camilo J. Cela, en “Diccionario secreto, II ” hace referencia al haba y añade una octava atribuida a Espronceda (“La mujer”, canto V) que no reproduzco por respeto al lector. Como decía uno de mi pueblo que coleccionaba almanaques: “Se acabó el carbón, a atizar con leña”, cuando llegaba a fin de mes con el bolsillo vacío y se veía obligado a tener que hacer de “gorrilla” autónomo en el aparcamiento de un restaurante de carretera. Siempre hay bulas para difuntos.

 

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