martes, 23 de enero de 2024

Triperos

 

De entre todos los concursos que  me constan, existe uno de ellos que se me antoja como un auténtico atentado contra la salud. Un disparate. Me refiero a esos concursos donde se premia al concursante que más croquetas consigue echarse al estómago, o la hamburguesa más grande. Se cuenta que en 1936 el vasco  Patxi Bollos (carretero de cervezas "El León" cuando estaba ubicada en Ategorrieta, y miembro de la sociedad gastronómica "Istingorra", fundada en 1931) se echó a la andorga 236 croquetas en una sentada, según quedó recogido en la revista “La Estampa”. De hecho, existe un día, el 16 de enero, considerado como Día Internacional de la Croqueta. Pero la marca de aquel vasco ha sido superada días pasados por el cartagenero Valentín Carrasco Ferrer, que en menos de tres horas llegó a comerse 237 croquetas (6 kilos) y lograr el premio de 1.000 euros que se ofrecía al ganador del concurso por el restaurante madrileño “Solo croquetas” si superaba un récord de más de ochenta años de antigüedad. Valentín Carrasco consiguió enfrentarse a otros 29 concursantes y comerse, en julio de 2023, 16 sobaos en 8 minutos, durante la segunda edición del Campeonato de comedores de sobaos” celebrado en la localidad cántabra de Ambrosero. Ahora se presentará a un nuevo desafío para el mes de febrero: comerse un bocadillo de de 2,5 kilos, con pan de chapata y doce ingredientes diferentes en el menor tiempo posible. Se trata del “bocatón” de Puente Almuhey, lugar perteneciente al municipio de Valderrueda, en la provincia de León. El reto, con un premio de 300 euros y el pago de 16 euros por cada inscripción (supongo que el precio del bocadillo) está patrocinado en su segunda edición por el “Hotel Río Cea” con el nombre de “Reto bocatón”. Los ingredientes de ese bocadillo son los siguientes: lechuga, tomate, filete de pollo, chorizo frito, filetes de lomo, tortilla francesa, guindillas, pimientos del Bierzo, mayonesa, salsa picante, y  cebolla caramelizada. No hay que perder de vista el bar-restaurante “El Churrión”, en Maluenda (Zaragoza), parada obligada de los tragones y amantes de la buena mesa. Todo empezó hace más de seis décadas, cuando existían dos tabernas regentadas por María la Churriona y su hermano, José el Churrión, que se especializaron en pinchos de vinagretas para tomar de la barra: pepinillos, cebolletas, olivas, guindillas, anchoas, boquerones, pimientos asados, atún, huevos duros, además de pequeños bocadillos de jamón o de sobrasada y pinchos de queso untado y jamón picado  batidos con mayonesa, todo ello a precios muy asequibles. Hasta hace poco tiempo, según me contaba un conocido, te podían ofrecer una treintena de platos de menú; y, si te quedabas con hambre, te posaban un jamón sobre el mantel para que continuases tripeando, que es gerundio. Algo que nada tiene que ver con esos menús "de autor" donde al cocinero le llaman chef, donde hay varios "soles" y "michelines" en la entrada, en el que te limpian la cartera sin despeinarse, y del que sales tarifando en busca de un modesto bar donde poder matar el gusanillo de la oficina de las tripas. Yo dispongo de referencias en Zaragoza uno de ellos, ubicado en un antiguo taller, donde prima la casquería, comes en mesa corrida y sin un mantel de fuste y que, incomprensiblemente, dispone de una lista de espera de varios meses. La estupidez humana, el esnobismo de ciertos sansirolés, o ambas cosas juntas, pueden alcanzar límites de idiocia insospechados. Me viene a la memoria el chiste de aquel cliente que se acerca hasta una librería en solicitud de un tratado sobre el sentido del gusto. El librero le contesta: "Lo siento, eso no existe". El cliente, sin salir de su asombro: "¿Cómo que no?". Y el librero, mirándole por encima de sus gafas, le responde rotundo: "Sobre gustos no hay nada escrito".

 

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