Desde “El jardín de los frailes”, su primer trabajo, hasta el último publicado, “La velada de Benicarló”, Azaña demuestra una gran sensibilidad hacia lo español. El que fuese Jefe del Gobierno entre 1932 y 1933, nuevamente en 1936, antes de ser Presidente de la II República entre 1936 y 1939, debería merecernos a todos los españoles la consideración y el respeto que merece. Tengo ante mi vista una “Tercera” de ABC, “El legado de un patriota”, publicado en ese diario por Juan Marichal el 8 de mayo de 1988. En su artículo, Marichal señalaba que Azaña mantenía y reiteraba frecuentemente que “un país es una herencia histórica corregida por la razón”, palabras textuales citadas por el político en un discurso de 1932. Y a aquellos que utilizaban la historia patria para hacer servir de alimento al odio Azaña les acusaba de estar en ‘una aberración, un desvarío incivilizador’. Declaraba gravemente –escribía Marichal- que él (o sea, Azaña) abominaba “de cualquiera traición que no destile mas que odio”. Pero lo cierto es que ahora, 84 años después de su muerte en el modesto “Hotel Midí” de Montauban, que pagaba la embajada de Méjico, los españoles seguimos contemplando cómo se desatan las iras en el Congreso de forma bochornosa en ese ‘desvío incivilizador’ por parte de los diputados, todos ellos representantes de los españoles en una Monarquía Parlamentaria donde al Jefe del Estado se le ningunea de forma grosera. Nuestros males siguen siendo de difícil remedio.
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