lunes, 13 de enero de 2025

Una parada en ruta

 

 

A mi entender, deberíamos tener mucho cuidado con lo que decimos. Cualquier cosa ya tiene derechos de copyright y podríamos meternos en un buen lío. En cierta ocasión conducía un “Renault 4/4” (que a 100 km/h parecía una lavadora centrifugando) por una carretera infame; y recuerdo que paré en una aldea para tomar un café. Lo que más me chocó de aquel bar, creo que en la fachada ponía “bar Alegría”, fue un cartel que avisaba: “Esta casa no tiene sucursales”. El dueño servía remangado, con un mondadientes en la boca y la boina puesta. En el mostrador se ocultaba un pequeño transistor del que salía el sonido de una musiquilla ratonera a muy bajo volumen. Aquel restaurador, por llamarle de alguna manera, me dijo que sentía no poder servirme café por tener la máquina apagada, que solo la ponía en marcha pasado el mediodía, cuando el bar se llenaba de paisanos dispuestos a echar una partida de guiñote. “Claro, claro”, le contesté resignado. El restaurador, por llamarle de alguna manera, secaba unos vasos cerca del transistor al tiempo que escuchaba las noticias. Eisenhower ha regresado esta noche a Washington después de su jira por Iberoamérica”,…”El general De Gaulle ha manifestado que pretende que el ejército francés restaure totalmente el orden en Argelia”,…”Radio Moscú ha anunciado que la visita del jefe del Gobierno Soviético a Francia ha sido aplazada porque Kruschev se encuentra enfermo con gripe”,…”Kubitachek se ha ofrecido a mediar entre los Estados Unidos y Cuba”,… Sobre España la radio no decía nada. A aquellas intempestivas horas los españoles dábamos por hecho que Franco dormiría a pierna suelta en su cama de El Pardo bien tapado, con el manto de la virgen del Pilar sobre una colcha rojigualda y el brazo de santa Teresa sobre un tocador haciéndole la higa. Bueno, sí, la radio informaba que había fallecido el doctor Gregorio Marañón a consecuencia de una trombosis cerebral. Corría marzo de 1960. Pero todas aquellas noticias dejaban indiferente al restaurador, por llamarle de alguna manera, de aquel bar sin sucursales y del que nunca supe su nombre. Decidí tomar una orangina y seguir ruta por aquellos procelosos caminos.

 

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