En España hemos pasado de la pertinaz sequía, que obligaba en muchos pueblos a sacar en procesión a santos por las calles, a las precipitaciones persistentes en forma de gotas frías, que ahora llaman danas, que se lleva al vecindario por delante. La gente de los pueblos, como digo, debería cambiar los rosarios por flotadores y los “ora pro nobis” monocordes por la limpieza de alcantarillas. La “pertinaz sequía” fue una expresión acuñada por el régimen de Franco que hacía referencia a la inusitada y prolongada falta de precipitaciones. El régimen utilizó aquel mantra para intentar justificar el hambre causado por su incompetencia. Ni con los pantanos creados con los planos robados (casi todos ellos proyectados durante la Segunda República) se pudieron atacar las causas del problema, o sea, la falta de una lluvia mansa que calase en la tierra. En la década de los 40, cuando se produjo la gran sequía que secó el río Manzanares, la Iglesia católica, que disfrutaba entonces de una enorme influencia sobre la gente, creyó saber bien donde estaba el problema. Pero confundir los pecados de los españoles que quedaban vivos con los factores hídricos tampoco se resolvía en los confesionarios, sacando santos por las rúas, hisopando fincas con agua bendita, o con los gorigoris de aquellos chamanes, funcionarios del Cielo, que habían vuelto por sus fueros tras el triunfo en cien batallas del “Caudillo de España por la gracia de Dios”. Un fraile en el pueblo soriano de Serón de Nágima, con ocasión de unas rogativas, señaló en su sermón que los pecados eran la causa de la falta de lluvia. Así lo contaba textualmente el diario Duero en su edición del 8 de mayo de 1945: “Dirigió la palabra a la enfervorizada muchedumbre el reverendo padre Francisco Irañeta, franciscano de la Residencia de Soria, el cual ante los asistentes puso de relieve las causas por las que Dios castiga nuestros pecados. Tales son la inobservancia de los días festivos, el horrendo pecado de la blasfemia y el pecado de la impureza, como causas principales”.
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