miércoles, 29 de enero de 2025

Mudanzas

 


Sobra vocinglería. Como cuenta hoy Pedro García Trapiello en su sabia ‘homilía’ del diario leonés que tanto me inspira, “se dictan mudanzas en medio de la tribulación y eso no es bueno; la serenidad no está invitada, el rencor se ha disparado y va metiendo miedos aquí y allá a lo bárbaro”. El consejo de Ignacio de Loyola para tiempos de tribulación de nada sirve. Ya dijo Benjamín Franklin que “tres mudanzas equivalen a un incendio”, refiriéndose a los enseres que se dejaban en cada trocha. Cada vez que Donald Trump firma un decreto lo enseña al patio de butacas, o al tendido del 7, que uno ya no sabe, como el cura cuando alza la hostia y el cáliz en la misa, o el torero cuando se gira en la plaza para enseñar brazo en alto el trofeo de su oreja. Cada firma de Trump es como la barandilla negra de un balcón modernista de la Vía Layetana barcelonesa de finales del diecinueve, que comenzó con una Exposición Universal, la de 1888, y terminó con la Semana Trágica de 1909. Ahora, lo que se está construyendo en los Estados Unidos, es un remedo del templo expiatorio de la Sagrada Familia pero sin Gaudí (y sin el recuerdo del tranvía de la línea 30 que le atropelló en la calle Bailén), trazado con planos de los 50 oligarcas que financiaron su campaña y que ahora esperan ser recompensados pasando la gorrilla de Elon Musk como hacían los titiriteros en las plazas de los pueblos. Trump mira a la vieja y decadente Europa como si fuese el Cantón de Cartagena, llena de insurrectos e intransigentes a los que habría que domarlos a base de enseñarles la punta de la navaja trapera con el aumento de los aranceles, ese eco que retumba y estremece a este lado del Atlántico donde creemos que la luz no puede doblar las esquinas.

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