Pedro García Trapiello, que cuando escribe pareciera que hincase la azada en el terruño del monte con las ventanas abiertas de Las Médulas para plantar tulipanes; o sea, alguien al que admiro por su bien escribir y mejor contar, señala hoy en Diario de León (para mí el mejor diario que se hace en provincias gracias al saber hacer de Joaquín S. Torné) lo siguiente: “Aquel tipo pedante y encorbatado incapaz de disimular su forro paleto y atrevido se refirió al éxito de un festorrillo oficial diciendo con exagerada admiración que la concurrencia fue brutal y que acudió toda ‘la hélice de Ponferrada’, y se refería, sin duda, a la élite, palabra que le entró herrada en la mollera y con herradura le salía de su cuadra mental”. En cierta ocasión recuerdo una conversación entre dos pedantes donde uno, disconforme con lo que le contaba el otro, le dijo muy circunspecto: “Te rebato esa dosis”, tratando de contrarrestar la fuerza de una opinión contraria y con la que éste no estaba en absoluto de acuerdo. Al hilo de lo que cuento, me viene a la cabeza un lapsus linguae de Sofía Mazagatos cuando dijo por televisión aquello de “estar en el candelabro” cuando supongo que quiso decir “estar en el candelero”, o aquel futbolista cuando señaló a los medios que “una cosa u otra le era "inverosímil", cuando pretendía decir que le era "indiferente", es decir, que parecía “increíble” lo que, para él, “no importaba que se hiciera de una u otra forma”. Lo de candelero o candelabro tiene, a mi entender, menos importancia. Ambos sirven para iluminar la casa por la noche cuando sufrimos un apagón. El candelero es un utensilio vertical que sirve para sujetar una vela, mientras que el candelabro cuenta con varios brazos para sujetar varias velas. Cosa distinta es el tenebrario, de forma triangular, que contiene quince velas de forma escalonada y se emplea en el Officium tenebrarum según los ritos bizantinos del Triduo Pascual en la Semana Santa. Comenzó a usarse a partir del siglo V y se dejó de utilizar después del decreto “Maxima Redemptionis nostrae mysteria” de Juan XXIII. No quiero cerrar el capítulo de hoy sin hacer referencia a aquel obispo que utilizaba en sus pláticas de pastoreo la expresión “permisivismo moral” al referirse a la relajación, la tolerancia excesiva y la falta de moral de nuestra época. “Permisivismo” no deja de ser un exabrupto idiomático. Aprovecho para indicar que lo correcto hubiese sido decir “permisividad”; que, por cierto, nada tiene que ver con “permisibilidad”. La primera acepción académica significa “tolerancia excesiva”; la segunda, “posibilidad de ser permitido”, o sea.
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