domingo, 4 de mayo de 2025

El vagón olvidado

 

 


Olor a fritanga; la mirada furtiva de una mujer otoñal; el cabreo justificado de la Serafina, la inolvidable cigarrera del Tubo, cuando pedía perdón por vivir; los jodidos niños pisando las baldosas sueltas que salpican tinta china; una casa de discos  ofreciendo a precio de ganga lo mejor de Jorge Sepúlveda; mi cara tras unas gafas manoletinas reflejada en un escaparate donde se anuncia la pulsera mágica, se toma la tensión arterial y se hacen lavajes… Todo se hunde: el deseo de comer bocadillos de calamares con gabardina amarilla, el viejo amor por visitar librerías de lance, y mirarnos reflejados en el charco de un  bache, que es el espejo de la noche. Eugenio d’Ors decía que la Venus de Milo tenía cara de haber poseído muy buenas manos. No sé. A los de mi generación nos empieza a temblar el pulso y cuando en la ‘Antigua Casa Paricio’ se nos derrama el vino infame sobre la camisa, miramos de reojo a nuestro entorno por si alguien nos ha visto en tan molesto trance, tratamos de sonreír y decimos ¡ea, alegría!  al humo de tabaco que se pega en las paredes. Nadie se inmuta. A ninguno de los presentes les inquieta que el tintorro vaya por un recorrido que no es la habitual. Tampoco existe razón para que nos sintamos ridículos o inquietos cuando el vino peleón se marcha hacia la topera de la vía muerta de la camisa, como aquel vagón de mercancías que se pasó en el apartadero de la estación de ‘Osma-La Rasa’,  junto al arco de gálibo, demasiado tiempo porque nadie reclamó lo que el vagón guardaba en su interior. El día que se desmanteló el trayecto ferroviario entre Valladolid y Ariza el vagón todavía seguía allí, en vía muerta, cerrado, precintado y con un nido de golondrinas en su techumbre. Para entonces hasta es posible que el destinatario, vecino de Fresno de Caracena o de Valdemaluque, estuviese también aparcado por una cuestión de higiene en un nicho dentro de una caja de pino.

    --Anda, Millán, lléname el vaso.

 

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