En su artículo “En las sombras del cinematógrafo”, Julio Camba, aquel genial sonetista del artículo, contaba que un marido sulfurado se acercó a la taquilla de un cine y pidió a la taquillera que le dejase entrar sin tener que pagar entrada; pues su deseo era matar a su mujer, que se encontraba en compañía de un amante. Y para corroborar lo que decía le enseñó a la taquillera un gran pistolón. Dadas las circunstancias, la taquillera llamó por teléfono al director muy alarmada. El flemático director mandó iluminar la sala para dirigirse a los espectadores e invitarles a que no se asustasen. Terminó diciéndoles: “El caballero y la señora de quienes se trata podrán salir impunemente por la puerta del fondo”. Seguidamente mandó que se apagase la luz de la sala “para evitar el rubor de los fugitivos” y que abrieran las puertas del fondo. Se fueron levantando diversas parejas para iniciar la huida, mientras el mancillado marido continuaba en la entrada muy nervioso y sujetando fuertemente su 'Astra' del 9 largo. La sala de butacas se fue quedando casi vacía en evitación de males mayores. Los diversos amantes furtivos, que buscaban platos fuertes en la película de gangsters y la oscuridad de la sala de cine para besarse sin ser reconocidos, tomaron las de Villadiego en evitación de salir al día siguiente en la sección de ‘sucesos’ de los periódicos.
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