sábado, 3 de mayo de 2025

Pasión por la radio

 

 

Dos de la madrugada. El vaso vacío sobre la mesa, cigarrillos machacados en el cenicero y en la ruidosa calle asoma el silencio. La radio me acompaña con música cutre. La voz de locutor, entre ronca y parsimoniosa, escolta a los camioneros, insufla compañía a los enfermos y a los que no pueden conciliar el sueño reparador. Una espesa niebla forma manto y produce en los báculos de iluminación callejera un aspecto tétrico y fantasmal.  Una voz femenina resucita unos versos de Machado: “…y todo un coro infantil / va cantando la lección: /  mil veces ciento, cien mil; / mil veces mil, un millón”. Luego más música: Albinoni. La calefacción se ha quedado helada, con ese frío que solo tienen los pies de los cadáveres. La locutora entrevista a un personaje nocherniego del que nunca había oído hablar. En sus respuestas noto ese tono distendido en las horas que preceden al alba, cuando los escépticos están convencidos de que ya no se volverá a hacer de día. Adoro la noche con  su solapada perfidia y los gatos haciendo sombras chinescas. En el vaho del cristal de la ventana podría escribir el nombre de todos los amigos muertos desde el momento en el que me fallaron para siempre. Sobre el escritorio tengo unas flores de papel y unas pajaritas incapaces de volar. Suena Perlita de Huelva al tiempo que se me cierran los ojos. En la calle un taxista atropella a un perro vagabundo. Escucho sus lamentos aunque no consigo poder ver al  canino al que Baroja consideró como “alma en pena”. Un frío de mal fario me recorre el cuerpo como una culebrilla. Me quedo dormido sin desconectar la radio. Me vuelvo a despertar sobresaltado. Recuerdo que no he cerrado la espita de la bombona del butano de la cocina. Hace frío, apago la luz del flexo y el relente me conduce de la mano por el angosto pasillo hasta mi cama.

 

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