viernes, 25 de enero de 2019

Hiperdemocracia


Vicente Calatayud Maldonado, catedrático emérito de Neurocirugía de la Universidad de Zaragoza, comenta hoy en El Periódico de Aragón,  que “estamos llegando a lo que Ortega y Gasset llamaba hiperdemocracia donde ser de izquierdas es, como ser de derechas, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser imbécil; ambas en efecto son formas de una parálisis moral, cuya naturaleza radica en la irresponsabilidad con que manejan ideas que no han creado ni cultivado, pretendiendo transmitirlas con una deformación ideológica difícilmente reparable. Vivimos una especie de hiperdemocracia, donde la parte de la sociedad definida como progresista, impone scrachalmente, su voluntad mayoritaria, su débil democracia y un posmodernismo intenso sin género, sin litaciones biológicas ni éticas, adecuadamente subvencionado en centros docentes públicos y privados”. Vicente Calatayud Maldonado,  dijo en su última clase, en 2005,  que se sentía un “quijosancho” y  afirmó que  don Quijote no habría aceptado jamás listas de espera en un ambulatorio o un hospital. A mi entender, España es una democracia manifiestamente mejorable. Aquí se hicieron cosas mal. La primera de ellas fue no preguntar a los ciudadanos qué forma de Estado deseaban para su futuro. A los redactores de la Constitución les entró un terrible miedo escénico y prefirieron proclamar rey a Juan Carlos de Borbón, elegido a dedo por uno de los mayores sátrapas del siglo XX. Mal empezaron las cosas. Ignacio Sánchez-Cuenca, en Infolibre (10/10/18) señalaba algo que debería hacernos meditar: “Durante años se registraron avisos de que nos encaminábamos a un choque frontal entre las autoridades de Cataluña y las del Estado central. Se advirtió al Gobierno una y otra vez de que era necesario encauzar el conflicto institucionalmente, abriendo un proceso de diálogo y negociación, como se había hecho en ocasiones anteriores a lo largo del periodo democrático. Pero no se hizo. La negligencia de Mariano Rajoy y el Partido Popular permitió que el problema fuera pudriéndose hasta llegar a la crisis constitucional de septiembre y octubre de 2017”. (…)  “Como ciudadano español, siento profunda vergüenza por la forma en la que las instituciones del Estado, incluyendo la monarquía, han actuado ante la crisis catalana. Por supuesto, los independentistas y su estrategia unilateralista de secesión pusieron las cosas extraordinariamente difíciles. El intento de ruptura del marco constitucional fue una irresponsabilidad grave por mucho que no hubiera violencia. Ante la falta de apoyo social en el interior de Cataluña y la ausencia de apoyo alguno en los Estados europeos, los independentistas escenificaron una declaración de independencia que era pura gesticulación, sin atreverse a afrontar las consecuencias políticas que algo así suponía: ni se retiraron las banderas españolas de los edificios públicos, ni hubo resistencia ante la puesta en marcha de la suspensión de la autonomía (artículo 155), ni se aprobaron los decretos para la construcción de estructuras de Estado. En fin, un desastre sin paliativos por ambos lados”. Por eso digo que España es una democracia de baja intensidad. Mejor dicho: una oligarquía de partidos  en la que, como dijo Alfonso Guerra,  el que se mueve no sale en la foto.

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