Cada vez que mi ordenador me indica
intermitentemente que se termina el contrato del antivirus dentro de pocos
días, me entra el temor de que puedo llegar a tener todas las enfermedades
imaginables por falta de ese escudo protector. Es como conducir sin cinturón de
seguridad por una carretera infame, como entrar en un viejo café lleno de humo
y toses, o como salir a la calle en invierno sin abrigo. Las “enfermedades” del
ordenador no se curan tomando penicilina en desayuno, comida y cena. Los virus
informáticos son códigos maliciosos que se propagan a través de un software y tienen la
habilidad de replicarse. Mi programa antivirus, con el que ahora termino
contrato, lleva nombre de una mítica
marca de motocicletas. Hoy, víspera de la Epifanía, voy a salir a la calle a encargar
un roscón con sorpresa. Y puede que mañana, cuando me despierte, me encuentre a
los pies de la cama el mismo regalo que el año pasado, es decir, una corbata.
Pertenezco a esa generación de españoles que comenzaron a llevar corbata cuando
tenía diez años de edad y todavía no ha perdido la costumbre de llevarla. La
corbata abriga. Le sucede como a esos salones existentes en las ciudades de
medio pelo llenos de perifollos, que sirven de igual modo para un roto que para
un descosido; o sea, de salas de baile, de cine, o de conferencias. A una de
aquellas salas multiuso fue invitado Eugenio
d’Ors para dar una conferencia. La víspera había servido para celebrar un
cotillón. El alcalde se disculpó ante el orador porque todavía no se habían quitado los
espumillones ni barrido un suelo plagado de chapas de cerveza, matasuegras y
papelillos de confeti. Pero D’Ors, muy digno,
le contestó impertérrito: “No importa: lo cursi, abriga”. Sólo queda ya
en Zaragoza esperar que llegue el próximo día 17 de enero, san Antón, que como dicen los baturros: “El que no mata tocino, no
come morcillón”. Ese día está programado un mitin político en la sala multiusos
del Auditorio (con aforo para dos mil personas) de Santiago Abascal. Por asociación de ideas, me viene a la cabeza
otro mitin (26 de enero de 1936) en el Frontón Cinema donde el Ausente estuvo presente. Me parece que
le estamos dando la vuelta al calcetín.
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