Hoy, día de san
Antón, hubiese cumplido 100 años Antonio
Mingote. También, un día como hoy, en 2002, moría en Madrid Camilo José Cela. Conocí a ambos. De
Mingote conservo un dibujo; de Cela, un libro dedicado. Mingote y Cela, cada
uno a su manera, reflejaron como nadie el modo de ser de los españoles.
Mingote, en sus viñetas en ABC; Cela, en los viajes, en los caminos y en las
fondas. Ambos fueron marqueses: Mingote, marqués
de Daroca; Cela, marqués de Iria
Flavia. Me hubiese gustado saber, de haber vivido hoy Mingote, como podría
haber sido su viñeta: si reflejaría la satisfacción de Juanma Moreno y su cohorte tras conseguir su propósito de trepar
los muros del Palacio de San Telmo como si fuese el poste deslizante de la
cucaña en la “velá” de Santiago y Santa Ana, donde los jóvenes trianeros intentan
guardar el equilibrio en un engrasado palo marinero hasta poder arrancar la
bandera que da derecho al premio de un jamón. O, tal vez, se hubiese hecho eco
de la tragedia en Totalán; o del silencio en los pueblos vacíos; o de la cacareada
exhumación de la momia de Franco,
que nunca llega; o de las andanzas y desventuras del espía Villarejo; o del honor perdido de Francisco González… De la misma manera, de haber vivido hoy Cela,
me hubiese gustado saber qué opinión le merecería el contraste de las cuatro
Españas: la que defiende el neoliberalismo a ultranza; la que vive de la
guirlopa (el diario rancho de los mendigos) a cambio de mansedumbre y adoctrinamiento;
la de aquellos que trabajan y tienen
como patrón a una ITT; y la de los funcionarios públicos, donde también incluyo
a los depredadores funcionarios del Cielo, de acre tufillo. En fin, voy a
encender la hoguera como marca la tradición para ahuyentar las plagas y tratar
de terminar enero con nuevas perspectivas.
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