Ignacio
Ruiz-Quintano recuerda hoy en el diario ABC algo que siempre afirmaba Gustavo Bueno: “A Galileo la Iglesia no lo degradó por el geocentrismo, sino por el
atomismo, que ponía en solfa el dogma de la transustanciación, esencia del
catolicismo”. Precisamente acabo de releer -creo que ya lo he hecho tres o
cuatro veces- “En torno a Galileo”,
de José Ortega, que conservo en Colección Austral, fruto de aquel tema escogido por él para un
curso de doce lecciones explicadas en 1933 en la Cátedra Valdecilla de la Universidad Central, como dejan claro los
editores en su preámbulo a la primera edición (1965). Y uno, que intenta
retener lo que puede, que no es mucho, se queda con la copla, es decir, con que
Galileo, en junio de 1633, fue obligado a arrodillarse delante del Tribunal de
la Inquisición, en Roma, y adjurar de la teoría copernicana. Tenía entonces
setenta años de edad, una carrera vivida
que da derecho a aquel que la ha alcanzado a que pueda reírse hasta de
su sombra sin temor alguno ni a nada ni a nadie. La mise en scène, por tanto, de Galileo ante el tribunal que lo
juzgaba no era cosa distinta a una estrambótica reafirmación del “doctores tiene la Santa Madre Iglesia
que os sabrán responder”, como sentenciaba Gaspar Astete, de la Compañía de Jesús, en su opúsculo publicado en
el siglo XVI en forma de catecismo con preguntas y respuestas. El fragmento
concreto decía así: “Además del credo y
los artículos, creéis otras cosas?”. “Sí, padre, todo lo que enseña la Santa
Madre Iglesia, Católica, Apostólica y Romana”. “¿Qué cosas son esas?”. “Eso no
me lo preguntéis a mí… etc”. Doy por entendido que aquellos “doctores” no
eran otros que los obispos, santos padres y presbíteros adornados de ciencia,
obligados a trasladar a niños y adultos los artículos de fe emanados del Concilio
de Trento, que marcó el paso del Medioevo a la Edad Moderna. El Concilio de
Trento fue un arma de la Contrarreforma contra el expansivo protestantismo, al tiempo que, entre
otras cosas, sirvió para “vender” indulgencias (que es como vender humo) para
financiar la basílica de San Pedro. También, obligó a predicar los domingos en
las iglesias; a impartir catequesis a los niños; a la creación de registros
parroquiales de nacimientos, bodas y defunciones; y reafirmó la necesidad del celibato y la
eliminación de las concubinas, hasta el punto que se obligó a los obispos a
instaurar la llamada “renta de putas”,
que era la multa que los clérigos debían pagar al obispo de su diócesis cada
vez que infringían esa norma establecida. De la misma manera, se impuso el culto
de dulía (a la Virgen y a los santos), lo que llevó a los protestantes a
episodios de violencia iconoclasta. No se debe olvidad que en un concilio anterior,
el Concilio de Constanza (1414-1418)
acudieron 700 mujeres para atender sexualmente al clero participante y que, según
los teólogos, distraían a los clérigos asistentes de las labores encomendadas.
En aquel concilio participaron tres papas: Paulo
III, que tuvo cuatro hijos ilegítimos; Julio
III, ninguno por ser gay; y Pío IV, que tuvo 3. Para terminar, como
recordaba Ortega: “La Teología es una ciencia práctica que no descubre verdades
sobre Dios, sino que sólo enseña al hombre a manejar los dogmas de la fe”, que
es cosa diferente. Parece ser que Salvatore
Ricciardo, un estudiante de posgrado de la Universidad de Bérgamo, ha
encontrado en septiembre pasado un archivo mal datado de la Royal Society. Se
trata de una carta de Galileo a un amigo en la que trataba de matizar las ideas
expuestas en otro documento por las que finalmente le condenarían. La carta
hallada tiene siete páginas, está fechada el 21 de diciembre de 1613 y firmada G.G. y parece resolver este misterio.
Está enviada a su amigo Benedetto
Castelli y en ella asegura que como en la Biblia hay pocas referencias a la
astronomía, estas no deben ser tomadas al pie de la letra porque, además,
estaban simplificadas para que la gente las entendiera.
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