Mañana es san Valero, patrono de Zaragoza. Quizás el libro más antiguo publicado sobre la vida
de ese santo sea el de Martín Carrillo, canónigo de La Seo,
publicado en 1615 por Juan de Lanaja y
Quartanet, donde, de paso, se da cuenta de los martirios de san Vicente, santa Engracia, san Lamberto
y de los Innumerables Mártires. En
el libro, dirigido a Luis de Aliaga,
confesor del rey Felipe III, se
añade una relación de obispos, arzobispos y abades del Reino de Aragón. Aquel
año, 1615, España decretó la paz con Francia mediante sendos matrimonios de Luis XIII (declarado mayor de edad el
año anterior) con la infanta española Ana
de Austria y del heredero de la corona española, el futuro Felipe IV, con la francesa Isabel de Borbón. Recuérdese que Luis
XIII, tenía sólo 9 años en 1610, cuando su padre, Enrique IV de Francia fue asesinado cuando estaba preparando una
campaña desde Italia contra España. Pero la situación se calmó cuando a la muerte
de ese rey francés la entonces regente, María
de Médici, solicitó ayuda a España en su lucha contra los hugonotes. Pues
bien, el libro de Martín Carrillo sobre la vida y milagros de san Valero se
publicó, como decía al principio, en ese dulce momento histórico. Entre las consignas derivadas del Concilio de
Trento (entre 1545 y 1563) estaban las de reivindicar el culto a las vírgenes,
a los santos y las reliquias de éstos (culto de dulía) y se creó el Índice, es decir, un amplio catálogo de
libros prohibidos por heréticos. Desde
entonces, los altares de las parroquias se llenaron de hornacinas con tallas,
cada pueblo creó la figura de su patrón, al que se le encomendaba la protección
de las cosechas, la salud, poder quedar libres de pertinaces sequías, plagas,
etcétera; y en su honor se hacían fiestas religiosas y profanas en cada ciudad
y en cada aldea. En Zaragoza se hizo patrón a san Valero, obispo en el siglo IV. Y en la catedral de La Seo se
veneran sus reliquias desde el siglo XII tras la entrada de las tropas de Alfonso I y del francés Gastón de Bearn en 1118. López
Novoa, en su Historia de Barbastro,
narra cómo el brazo de san Valero fue entregado en 1121 en Roda a una comisión
del Cabildo de Zaragoza de manos del mismo san
Ramón. En el año 1397 Pedro de Luna, elegido Papa como Benedicto XIII, obsequió a La Seo un
busto relicario, obra de un taller de Avignon, para albergar la cabeza del
patrón de Zaragoza. También fueron regalos de Pedro de Luna los bustos de san
Vicente y san Lorenzo. El
vizconde de Bearn había sido el encargado de construir y dirigir las máquinas
que lograron romper las defensas turcas en Jerusalén en 1099. Gastón de Bearn,
que llegó a ostentar el título de Señor de Zaragoza, siguió luchando con Alfonso
I hasta su muerte, que tuvo lugar en una expedición a Granada. Cuentan las
crónicas que le cortaron la cabeza y que “fue paseada por las calles,
en la punta de una lanza, escoltada por el redoble de tambores. Esto devolvió
la sonrisa al emir de los musulmanes, Ali
ben Yusuf, que estaba en Marrakesh“. El cuerpo decapitado fue devuelto
tras el pago de un fuerte rescate y acabó en la basílica del Pilar. Por cierto,
en el Museo Pilarista se conserva un olifante de caza de Gastón. De los doce
personajes convertidos en gigantes y que se bailan en fiestas, aparecen las
figuras de Gastón de Bearn y de una dama bearnesa. Ambos se pasean por las
calles desde 1964. Él porta su al cinto su cuerno de marfil, el ya famoso olifante.
Terminaré señalando que “por san Valero, rosconero
y ventolero” raro es el año en el
que no sopla un cierzo endiablado procedente del Moncayo, y es costumbre degustar
el típico roscón. Esa tradición viene posiblemente de la Edad Media, cuando los
días festivos los señores ofrecían migajas a sus vasallos. Yo jamás los
adquiero por temor a que me entreguen en la pastelería el roscón descongelado
y sobrante de la pasada festividad de la Epifanía.
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