Repasando papeles volanderos, pongo la
mirada sobre unos apuntes para la historia de la Peña Taurina Bilbilitana, escritos con maestría por mi amigo muerto
Pedro Montón Puerto, cronista
oficial que fue de la ciudad de Calatayud. Con motivo del vigésimo quinto
aniversario de esa gloriosa peña, Pedro hacía referencia a un ciclo de
conferencias que comenzaron en 1960 a cargo de Ramón de la Cadena y Brualla, que disertó sobre “Recuerdos sueltos del medio siglo del
aficionado”. Ramón de la Cadena, bajo el seudónimo de Don Indalecio, fue un crítico muy respetado en el periodismo
taurino. A los diecisiete años escribía ya en el semanario El Miura (1911)
de Barcelona, del que era corresponsal desde Zaragoza. También fue corresponsal
de El Liberal Taurino y de Palmas y Pitos y Arte Taurino, todos
ellos de Madrid. Siempre colaboró en
alguna publicación taurina, como La Fiesta Brava de Barcelona y El
Ruedo de Madrid. Además, fue redactor jefe de El Día de Zaragoza (1922-23), crítico teatral y director del
vespertino Las Noticias y redactor de
La Voz de Aragón (1925), colaborador
de La novela de viajes aragoneses
(1926) y de El Noticiero (1928). Tras
la Guerra Civil, Ramón de la Cadena colaboró en La hoja del lunes entre 1942 y 1965, y durante la década de los 50
colaboró en Logroño taurino, revista con periodicidad anual. En 1950 fundó
el cenáculo literario Lectorium,
donde con un grupo de amigos se reunía en su domicilio hebdomadariamente. Murió
en Zaragoza el 16 de mayo de 1965. Pero a lo que iba. Tras el discurso
pronunciado en Calatayud en 1960, a Ramón de la Cadena y a su esposa les fue
ofrecida por miembros de la Peña Taurina
Bilbilitana una “Corrida gastronómica”
en el Hotel Fornos con un importe por cubierto de 75 pesetas. El menú fue el
siguiente: Consomé de la casa, huevos al plato, perdiz al volapié, tarta
especial, tintos de la tierra, café y licores. Es una pena que no haya podido
saber hoy, pasados ya casi 60 años, en qué consistió aquella “perdiz al volapié”. Y como no lo sé, la
llamaré “perdiz a la suerte de recibir”,
receta que a nadie deja indiferente: en
un fondo de cebollas cortadas en juliana, se ponen las perdices sazonadas en
decúbito prono y se cubren con más cebolla, laurel, pimienta, tomillo y ajo. Se
añade vino blanco y aceite. Se deja cocer a fuego lento hasta que las perdices
estén cocidas. Una hora después sacan
las perdices y se trinchan. Se cuela el jugo de la cocción y se vuelve a poner
al fuego para que reduzca. Finalmente, se coloca la cebolla pochada en el fondo
del plato del comensal, encima la perdiz
y una hoja de laurel. Se salsea por encima con el jugo reducido. Con la
suerte de volapié hay que tener cuidado. Si no, que se lo pregunten a Manolete, cuando le empitonó Islero; a Pepe Hillo, con Barbudo;
o a El Espartero al pretender dar
muerte a Perdigón hincándole el
estoque en la cruz, entre los dos brazuelos. Mejor, no cabe duda, es hincarle
el diente a la perdiz con mesa, mantel y en compañía de buenos amigos.
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