jueves, 3 de enero de 2019

Viaje a ninguna parte



Señala Bieito Rubido en ABC, apropósito de la vergonzosa situación creada con los ferrocarriles que van y regresan desde Madrid a  Extremadura, que “es la pescadilla que se muerde la cola: como no hay muchos habitantes no desarrollamos infraestructuras, y como no hay buenas comunicaciones, no hay pobladores. Así vamos creando una España hemipléjica, infradesarrollada, donde nos cargamos uno de los pilares del sistema democrático: el principio de igualdad de oportunidades”. A Rubido le podría  contestar en “Cartas director” que, al menos, Extremadura tiene conexión con Madrid, cosa que no sucede con Teruel. A mi entender, a Extremadura le miró el tuerto el día que Lisboa decidió no conectarse con la capital de España por AVE. Portugal se encontraba en aquellos momentos en una difícil tesitura, o sea, en la encrucijada de intentar por todos los medios salir del pozo del rescate al que le había sometido Europa. Y finalmente salió airoso hasta el punto de que, en algunos aspectos, puede darnos hoy sopas con honda, ese antiguo utensilio de lanzar piedras con el que  el menudo David trincó al gigante Goliat. Sobre ese neologismo, para el que lo desconozca, le aclararé que en El Quijote se habla de “sopa de arroyo“, que equivale a guijarro o piedra suelta. Termina Rubido diciendo, a mi entender con acierto, que “la capital lusa ya no tiene que preocuparse por el ‘efecto llamada’ de España”. Su rescate en 2011 –recuerden- llegó en forma de un préstamo de 78.000 millones de euros de la UE y el FMI, acompañado de un severo programa de ajustes y recortes acordado con la troika, que dejó al país varios años marcado por la austeridad. Mario Centeno, actual ministro de Finanzas luso, puede presumir de haber reconstruido el sector bancario (cerrando la venta del antiguo Banco Espírito Santo al fondo estadounidense Lone Star, la intervención del Banif y su posterior venta al Santander, y la recapitalización de la estatal Caixa Geral de Depósitos,  que rondó los 5.000 millones de euros) y, sobre todo ello, del buen camino recorrido por Portugal desde entonces. Aznar liberalizó el suelo y creó la burbuja inmobiliaria que nos llevó al desastre. Rodríguez Zapatero decía que se veían brotes verdes en nuestra economía.  Rajoy, al que todo le importaba una higa, decidió marchar a Polonia (junio 2012) en avión oficial por ver un partido de fútbol cuando este país estaba al borde del rescate bancario (que él llamó “ayuda financiera”). Y Sánchez, ahora, se niega a dar cuenta de los gastos de sus viajes en Fancon del mundo al otro confín (léase Castellón), señalando  a aquellos que le preguntan que se trata de “asuntos clasificados”  a los que no puede dar respuesta por cuestiones de seguridad. ¡Hace falta ser lerdo! Cierto, Portugal ya no tiene que preocuparse por el “efecto llamada” de España. Somos nosotros, los españoles, los que deberíamos aprender de los portugueses, en el supuesto de que deseemos salir alguna vez de nuestro propio infierno.

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