Señala Bieito
Rubido en ABC, apropósito de la
vergonzosa situación creada con los ferrocarriles que van y regresan desde
Madrid a Extremadura, que “es la
pescadilla que se muerde la cola: como no hay muchos habitantes no
desarrollamos infraestructuras, y como no hay buenas comunicaciones, no hay
pobladores. Así vamos creando una España hemipléjica, infradesarrollada, donde
nos cargamos uno de los pilares del sistema democrático: el principio de
igualdad de oportunidades”. A Rubido le podría contestar en “Cartas director” que, al menos, Extremadura tiene conexión con
Madrid, cosa que no sucede con Teruel. A mi entender, a Extremadura le miró el
tuerto el día que Lisboa decidió no conectarse con la capital de España por
AVE. Portugal se encontraba en aquellos momentos en una difícil tesitura, o
sea, en la encrucijada de intentar por todos los medios salir del pozo del
rescate al que le había sometido Europa. Y finalmente salió airoso hasta el
punto de que, en algunos aspectos, puede darnos hoy sopas con honda, ese antiguo
utensilio de lanzar piedras con el que el menudo David
trincó al gigante Goliat. Sobre ese
neologismo, para el que lo desconozca, le aclararé que en El Quijote se habla de “sopa de
arroyo“, que equivale a guijarro o piedra suelta. Termina Rubido diciendo,
a mi entender con acierto, que “la capital lusa ya no tiene que preocuparse por
el ‘efecto llamada’ de España”. Su rescate en 2011 –recuerden- llegó
en forma de un préstamo de 78.000 millones de euros de la UE y el FMI,
acompañado de un severo programa de ajustes y recortes acordado con la troika, que dejó al país varios años
marcado por la austeridad. Mario Centeno,
actual ministro de Finanzas luso, puede presumir de haber reconstruido el
sector bancario (cerrando la venta del antiguo Banco Espírito Santo al fondo estadounidense Lone Star, la intervención del Banif
y su posterior venta al Santander, y
la recapitalización de la estatal Caixa
Geral de Depósitos, que rondó los 5.000 millones de euros) y,
sobre todo ello, del buen camino recorrido por Portugal desde entonces. Aznar liberalizó el suelo y creó la burbuja
inmobiliaria que nos llevó al desastre. Rodríguez
Zapatero decía que se veían brotes verdes en nuestra economía. Rajoy,
al que todo le importaba una higa, decidió marchar a Polonia (junio 2012) en
avión oficial por ver un partido de fútbol cuando este país estaba al borde del
rescate bancario (que él llamó “ayuda financiera”). Y Sánchez, ahora, se niega a dar cuenta de los gastos de sus viajes
en Fancon del mundo al otro confín (léase Castellón),
señalando a aquellos que le preguntan que
se trata de “asuntos clasificados” a los
que no puede dar respuesta por cuestiones de seguridad. ¡Hace falta ser lerdo!
Cierto, Portugal ya no tiene que preocuparse por el “efecto llamada” de España.
Somos nosotros, los españoles, los que deberíamos aprender de los portugueses,
en el supuesto de que deseemos salir alguna vez de nuestro propio infierno.
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