Pues nada, el que quiera cantar
en las aceras de las calles del distrito Centro madrileño, sacar la cabra para
subirse a una escalera al son de una trompeta cíngara o puntear la guitarra en
los interiores del metro deberán antes pasar una prueba de idoneidad para poder
ejercer. A ese acuerdo llegaron hace ya un año la Alcaldía y la Comunidad Autónoma.
Aquí ya no vale eso de acercarse a una terraza con un acordeón y luego pasar la
gorra. Ni que sea rumano ni que venga desde Betanzos con su gaita gallega a
cuestas. El concejal que preside ese distrito, David Erguido, que con su
aspecto de seminarista rebotado ya ha anunciado que la puesta en vigor de la
normativa será inminente. Este erguido personajillo de la cosa pública pretende
regular el “ruido” en el Casco Histórico, después de haber sido declarado el
Casco Viejo como Zona de Protección Acústica Especial. En resumen: los que
quieran cantar o tocar sus instrumentos (con perdón) en la vía pública deberán
examinarse y marcar un horario de actuaciones, a fin de proteger ese
“escaparate turístico” de la capital de la Villa y Corte que rige Ana Botella, no por haber
sido la más votada para ser alcaldesa sino por la espantada de Ruiz-Gallardón,
que se está conviertiendo en el renovador del Código Penal a mayor gloria del
Opus Dei y de la Conferencia
Episcopal. El concejal Erguido ya ha manifestado que se realizará una audición y se pedirá la
presentación de un currículo para conocer qué tipo de espectáculo desarrolla el
aspirante a la flamante autorización. También dijo que el jurado calificador estará formado por
técnicos de la Dirección General
de Museos y Música del Ayuntamiento, que son como el consejo de sabios del
merengue y el cha cha chá. Lo que no cuenta el edil es cuánto habrá que pagar en
concepto de tasas municipales el diplomado músico callejero. A mi entender, a
la que habría que pedir el título de idoneidad para ser alcaldesa es a la
pijoflauta Ana Botella, una vez conocido
el ridículo tan espantoso que hizo en Buenos Aires con su inglés macarrónico y
la lectura de un discurso hecho en su integridad por Terrence Burns, sobre el
que se cuenta que cobró casi dos millones de euros con cargo al maestro armero.
Días pasados ya comenté que el discurso de Terrence Burns en boca de Botella
fue como el corte de la mayonesa en un examen culinario. Ahora mantengo que
pretender examinar a aquellos que necesitan unas monedas para comprar una barra
de pan con algo dentro es, como diría Cela, como meneársela con goma higiénica.
Me hubiese gustado saber qué hubiera pensado el Viejo Profesor sobre el absurdo
proceder de esta advenediza.
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