En su artículo “Restaurante de 4
bocinas” (ABC de Sevilla, 30/04/13), Antonio Burgos se quejaba del ruido que
hacían al hablar los clientes de restaurantes. Y proponía que, en vez de
tenedores, se colocase a la puerta de los establecimientos hosteleros, el
número de bocinas que poseía en su clasificación según el ruido. En Zaragoza
sucede algo parecido. Muchos fines de semana mi mujer y yo nos acercamos a la
anochecida a un ”Vip’s”, o como se llame, existente en la Plaza de Aragón. El trato de
los camareros, casi todos sudamericanos,
con el cliente es excelente. Más, si cabe, cuando ya te conocen. Pero lo
malo es el ruido que producen determinados energúmenos que van apareciendo de
forma dosificada. No es que eleven la voz, es que no puedes hablar con la
compañera de mesa. No digamos nada si tales arrebatados aparecen con varios
niños. Entonces ya más te vale comer con prisa, pagar la cuenta y salir
zumbando del local. Es triste pero es así. “Como mi recordado Eduardo Osborne, -escribe
Burgos- que cuando le preguntó un amigo si había mandado a sus hijos a
Inglaterra a aprender inglés, le dijo: -- Inglés no sé, pero los he mandado
para que por lo menos aprendan a hablar bajito”. Se están perdiendo los modales
y las formas de vestir. A los corrillos que se forman en las aceras les trae al
pairo si debes pisar la calzada para continuar el trayecto y aquellos que
empujan, raramente piden perdón. Ayer tarde tuve que visitar el Tanatorio de
Torrero y sentí vergüenza ajena. Un pasillo largo con varias estancias, una por
cada familiar del difunto expuesto. Pues bien, en el pasillo era tal el vocerío
de visitantes y allegados que era imposible poder responder cuando alguien te
pedía la hora. Y no digamos la algarabía que salía de la cafetería. Por cierto,
creo que yo era el único visitante de esa zona del recinto funerario que iba de
manga larga. Vamos, que lo que propone Burgos para los restaurantes sevillanos
habría que extenderlo a los tanatorios: tanatorio de una bocina, de dos, de
tres, de cuatro…, y así.
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