Cuenta la prensa que 50 de los 98 miembros del
COI respaldan a Madrid 2020. Conocido este extraño dato, me viene a la cabeza
el conde de Romanones. Susana Fortes comentaba en El País (25/03/07/) lo
siguiente: “Cuentan las crónicas que siendo el conde de Romanones nada menos
que primer ministro de su majestad Alfonso XIII, se dejó tentar por la vanidad
de ser nombrado académico de la
Lengua. (…) Lo malo era que había que trabajarse los votos de
los académicos uno a uno, algo que para un presidente del gobierno no dejaba de
ser humillante. (…) Aún así don Álvaro cumplió con el Vía Crucis de ir casa por
casa y consiguió arrancarles el compromiso del voto. Pero la Restauración era una
época enloquecida donde los gobiernos caían antes de llegar a cumplir su
mandato y en medio de aquella vorágine el conde de Romanones pasó a ocupar el
banco de la oposición, sin abandonar por ello sus ínfulas intelectuales. Su
ingreso en la Real
Academia se decidió una tarde mientras él asistía en el
Congreso a un debate rutinario, al que no debió prestar mucha atención,
pendiente como estaba, con el alma en vilo, de los académicos. Pero antes de
que acabara la sesión parlamentaria, se le acercó un ujier con el rostro
cariacontecido: ‘¿Qué ha pasado?’, le preguntó. ‘Señor conde, no ha tenido
usted ni un solo voto’. Fue entonces cuando el político se atusó los bigotes y
acordándose, supongo, de las madres de todos los académicos, pronunció aquello
de: --¡Joder, qué tropa...!”. Pues bien, la Asamblea del Comité Olímpico Internacional está formada por 103 miembros, tras la baja
reciente y voluntaria del Rey Guillermo. A los 50 habría que tener en cuenta el
voto favorable del juez egipcio el general Mounir Sabet. Y por Buenos Aires
circulan los Príncipes de Asturias, Ana Botella y un rabo de acompañantes
dispuestos a imitar don Álvaro de Figueroa. Pero España es un país en ruina y no sé si los Juegos Olímpicos
de 2020 son la solución a nuestros padecimientos, como así lo entiende Botella,
a la que le sucede como al abejorro. Está demostrado científicamente que el
abejorro no puede volar. Es así porque la superficie de sustentación de las
alas es muy pequeña en comparación con la superficie del abejorro y, sobre
todo, porque no se cumple el operador de Joukovski para el perfil aerodinámico.
Pero como el abejorro no sabe eso, resulta que vuela. Botella, como el
abejorro, “subió a los altares” de la Alcaldía de Madrid por deserción del actual
ministro de Justicia, que no por méritos propios. Tampoco tiene perfil aerodinámico
para el manejo de la Capital
de España y, a pesar de ello, ¡ahí la tienen!, volando como una mosca cojonera
sobre el arco del triunfo de la
Asamblea del COI. Como en el tango de Gardel: “Mi Buenos
Aires querido / cuando yo te vuelva a ver / no habrá más pena y olvido”.
Botella, hoy, como la marquesa de Bombay, ayer, constituyen el giraldillo que
remata una tarta de merengue demasiado pringosa, o al menos a mí así me lo
parece.
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