Tal vez Manuel Martín Ferrand utilizó como cabecera de
sus artículos en ABC la expresión latina “Ad líbitum” para que, de alguna
manera, fuesen leídos a voluntad del lector. Hijo de farmacéutico y nieto de
médico, Martín Ferrand conocía por las recetas y por la posología descrita en
los prospectos de los fármacos que algunos de ellos podían tomarse “ad lib.”,
es decir, a voluntad del enfermo. Y yo, que todos los días leía su excelente
columna, en alguna ocasión hasta dos veces seguidas, tomaba buena nota de su
“ad lib.” y me concentraba en su lectura una y otra vez con devoción de
aprendiz. En los artículos de Martín Ferrand, como en la música, se podían
alterar los “tempos”, pero nunca las notas. Martín Ferrand conocía como nadie
el “tiburoneo” en la España
de la Transición. Lo
de ahora es otra cosa que no sé como definirla. Es igual, no importa. Ayer leía
su discurso con motivo de la entrega del “Cavia” en la Tercera de ABC y me quedé
con una frase, casi al final, donde recordaba a Gay Talese, el norteamericano
que ayudó a definir el periodismo o reportaje de no ficción, o sea el “Nuevo
Periodismo”. Y Martín Ferrand dijo: “Soy periodista porque, como bien define
Gay Talese, en definición que supera todas las demás que conozco, es periodista
quien dice serlo, hay una empresa que le reconoce como tal y le paga por ello.
El problema reside en que, por su falta de especialización, y sin atender a su
juego, [se refería Manuel Martín Ferrand al juego de Antón Perulero]
últimamente hay empresas que están dispuestas a reconocer a cualquiera”. Y me
quedo, también, con el elogio que le dedicaba Fernando González Urbaneja.
Recuerda cuando “su amigo Pérez Puig le pidió un prólogo para el programa de una obra de
Jardiel, y luego reclamó un añadido a la firma, porque Luis María Anson incluyó
‘de la Real Academia’.
Manolo, al instante, propuso: ‘Manuel Martín Ferrand, de La Coruña’. Un título muy
civil. Y así salió publicado”. Sobre el funcionariado, en su artículo “La
dictadura del funcionariado” (ABC,16/6/10), al hacer referencia a las medidas de austeridad proclamadas por
Papandreu, definió al colectivo griego de esta guisa: “Esa
casta que tiende a esclerotizar al Viejo Continente y que, con más derechos que
obligaciones, se ha adueñado de la propiedad de su puesto de trabajo, al que
incluso considera hereditario, y pretende vivir sin la incertidumbre que
acompaña a los ciudadanos que, con sus impuestos, les retribuyen y mantienen”.
Muchos se dieron por aludidos en España, ellos sabrán por qué, y Martín Ferrand
recibió respuestas de energúmenos de todos los colores, todos muy
desagradables. No le importó. Entendía que eran gajes del oficio. A mi
entender, tenía razón en su exposición. Ahora, hasta Merkel ha reconocido que
Grecia no debió entrar en la
Europa del euro. Lo cierto, y eso sí me importa,
es que ya no podré leer “ad lib.”, es decir, a voluntad, a un periodista honesto que creó escuela. Y
bien que lo siento.
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