Hoy martes, la Comisión de Gobierno del
Ayuntamiento de Toro, en Zamora, se reunía
para cambiar el nombre de una calle, la calle Las Gallinas, para pasar a
denominarse calle Amor de Dios. Hombre, ya sabemos que las cualidades del amor
de Dios son infinitas, pero las gallinas son animales de este mundo que merecen
todo nuestro respeto. De no ser por las gallinas, tampoco hubiese existido el
famoso “avecrem” que engañó las tripas de tantos españoles en época de
hambruna. De no existir las gallinas, no hubiesen existido las viñetas de
Carpanta ni su obsesión casi enfermiza por llevarse un pollo asado a la boca.
De no existir las gallinas, digo, nuestros mejores cocineros no hubiesen
elaborado nunca el caldo oriental, ese caldo de gallina con un toque diferente
al que se le debe añadir un poco de jugo de kion y unas gotas de aceite de
ajonjolí para conseguir un aroma fetén. También, de no existir las gallinas,
las dominicas contemplativas del convento toresano del Sancti
Spiritus no confeccionarían las excelentes pastas, galletas, bocaditos de ángel
y amarguillos almendrados, donde la base fundamental la constituyen las yemas y
las claras de huevo. El historiador Sergio Pérez recogía en su libro, “El arte
de la platería en la ciudad de Toro”, que la mayor parte de los talleres plateros
que existieron en Toro durante los siglos XVI-XVIII, casi todos pertenecientes
a la familia Gago, se localizaban en la calle Las Gallinas, parte de la Plaza Mayor y de sus
soportales y el entorno de la iglesia del Santo Sepulcro. Menos mal que en Toro todavía no han cambiado
el nombre de las calles Abrazamozas y Salsipuedes. La primera, la imagino
oscura. La segunda, me produce una cierta inquietud. En fin, no demos ideas al
alcalde Jesús Sedano. Quedan bien esos dos nombres. De todas las calles se sale
y en algún sitio habrá que restregar la cebolleta.
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