Si algo me gustaba en esta vida
eran las anchoas en salmuera y las anchoas en vinagre, pero miren ustedes por
dónde he tenido que dejar de tomarlas por simple precaución. Acabo de leer en
Abc que el anisakis está presente en la mayoría de los pescados, sobre todo en
la anchoa del Cantábrico que tanto me gusta, según avisa la directora de Salud
Pública del Gobierno Vasco, Miren Dorronsoro. Bueno, podré seguir comiéndolas
pero abiertas, rebozadas y fritas. También se pueden congelar antes de comerlas
como medida precautoria, pero quedan como más blandas. Uno ya no sabe dónde
están los peligros que nos acechan. Posiblemente Zapatero decidió en su día
congelar los sueldos de los funcionarios y de los pensionistas para evitar, sin
duda, que pudiese afectarnos un anisakis económico y nos dedicásemos a gastar
sin conocimiento en cosas superfluas. Rajoy, más prudente, ha abierto la mano
de ese anisakis y ya permite que los jubilados cobren cada año un 0’25% más,
para que el anisakis económico, de afectarnos, sólo se quede en un simple dolor
de tripas de esos que se arreglan en dos días con infusiones de manzanilla en desayuno, comida
y cena. El único anisakis que va bien
para la salud y disipa el espectro de la impotencia es el del Mono y, también,
el de la Dolores,
que elaboraba Casa Esteve, en Calatayud, ya muy difícil de encontrar. Se cuenta
que los buenos degustadores de Anís La Dolores se acercaban por El Pavón a la hora de la
siesta, se sentaban en una mesa cercana donde El Chava hacía su avío con el
cepillo, el betún y la bayeta, solicitaban al camarero Mingote una copita sin
decir de qué, que éste ya conocía de sobras los gustos de la distinguida
clientela y, una vez servida, se tomaba a pequeños sorbos, procurando levantar
el dedo meñique y colocarlo en forma de hocino. Beber anís siempre ha sido un
arte difícil de explicar a los abstemios, que sólo beben agua de Vichí y Fanta
naranja. Pero el otro anisakis, el de las anchoas de Ondárroa, requiere, por lo
que se ve, mayores precauciones.
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