Este es el país del besuqueo a
dos mejillas sin venir a cuento. Dar la mano se ideó para que alguien supiera
que la persona a la que saludaba no iba armada y que no la iba a apuñalar por
la espalda al darle un abrazo. Hoy dar la mano es un acto cortés de mantener
las distancias. El que estira la mano le está diciendo al que tiene enfrente,
sin decírselo, que hasta ahí se puede llegar, que de ahí no se pasa. Odio el
besuqueo de alguien al que te acaban de presentar de la misma manera que siento
animadversión al tuteo de entrada. Al tuteo se puede llegar, pero con el tiempo
y con el debido consenso de ambas partes. Pero el tuteo nunca se debe lanzar a
bocajarro. Respecto al beso, toda persona necesita su intimidad y nadie debe
obligarle a oler otras pieles que no desea porque le produce malestar. Pasa
algo parecido cuando le invitan a uno a comer algo de un plato central donde
meten el tenedor varios comensales ni a beber del mismo porrón. Me niego a
probar la comida y a saborear la bebida en esas condiciones. Más que por
escrúpulos, mi negativa es por dignidad. Todo no vale. Lo menos que se debe
proporcionar al comensal, por muy distendido que sea el ambiente, es plato,
cubierto y vaso propios. De la misma manera, el tratamiento de usted conduce a que
se guarden las debidas distancias. Nadie debe permitir que otro le tire al
suelo sus particulares imperios. Por lo tanto,
cuanta más amistad existe, más se debe tener agudizada la recíproca sensibilidad.
¿Qué menos?
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