Siempre se dijo que la ropa sucia
se lava en casa, pero ahora sucede que los negocios de lavanderías han
aparecido como setas en Zaragoza. Incluso una gasolinera de la avenida de
Cataluña ha quitado su espacio de
servicio de refrescos y prensa para dar paso a una sala llena de lavadoras.
¿Acaso la gente ya no lava la ropa en casa? Recuerdo cuando a finales de los
años 50 entró en casa de mis padres la primera lavadora. Era una máquina
redonda con patas y ruedecillas que disponía en su interior de una hélice en su
parte inferior capaz de mover la ropa hasta marearla. Se llamaba “Bru”. Se le
echaba en el agua las “Escamas Saquito” para que diese mucha espuma. Recuerdo
que daba unos calambres que no te quiero contar. Posiblemente no habían dado en
casa en el chiste de eso que los electricistas de familia, que eran como los
médicos de familia pero en la cosa electrodoméstica, llaman
la toma a tierra. Yo sólo conocía la toma a tierra de los muertos, que
era costumbre secular en aquel pueblo. Me explico: siempre la familia rodeaba
la cama del agonizante y, cuando parecía que ya había dejado este mundo, el
nuevo difunto era tomado de pies y manos por cuatro parientes cercanos que lo
sacaban de la cama hasta hacer que su cuerpo tocase las baldosas del suelo. Una
vez realizado el rito, lo volvían a colocar en la cama. Entonces, unas comadres
que lloraban mucho vestían el cadáver con el traje de los domingos incluida la
boina. Si era mujer la fallecida, la vestían y llamaban a la peluquera para que
le hiciese un buen cardado en el pelo. En cierta ocasión, parece ser que una
mujer aparentemente muerta, al tomar tierra, le saltaron unas chispas que el
electricista de familia diría más tarde que había sido por la electricidad
estática, abrió los ojos, se cagó en toda la parentela de aquellos que la
estaban tomando de pies y manos, se puso las zapatillas, marchó al cuarto de
estar, miró por la ventana, se sentó en la mesa camilla y se metió entre pecho
y espalda una copita de anís Las Cadenas, de finísimo paladar.
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