La trágica muerte de Isabel
Carrasco en León pone de manifiesto que el PP podría tener al enemigo dentro de casa, en el supuesto caso
de poder probarse por parte de la
Justicia que tanto la mujer como la hija del inspector jefe
de la Policía
en Astorga tuviesen algo que ver en su asesinato. Ambas, la señora Triana y su hija,
están afiliadas a ese partido conservador. Ahora se busca el arma de fuego.
Hombre, el río Besnesga no es precisamente el Danubio. León es una ciudad llena
de encanto. Yo viví allí tres meses por asuntos de trabajo a principios de los
años 70. Nada más llegar, lo primero que hice fue buscar una habitación donde
alojarme y alguien, no recuerdo ahora su nombre, me indicó que frente a la Azucarera de Santa
Elvira (ya desaparecida) había una señora que disponía de habitaciones a
pupilaje. Y allí fui. Me venía bien el sitio, al estar cerca de la oficina en
la que iba a prestar mis servicios y tener cerca un bar-restaurante, La Parra, que entonces daba
comidas a precios económicos a trabajadores de aquella zona de la carretera de
Zamora en la que, un poco más adelante, estaba Antibióticos, la empresa en la
que darían el pelotazo de su vida Abelló y Mario Conde. Nunca pasé el río
Bernesga por aquella pasarela en la que ayer se produjo el asesinato de la
señora Carrasco, que había inaugurado poco tiempo antes el entonces Príncipe de
España según rezaba en una pequeña placa. Lo hacía por el viejo puente de
piedra que desde las proximidades de la Estación de Renfe me trasladaba a la otra orilla,
a la del Parador de San Marcos. Tiempo después, ya en Zaragoza, me enteré de
que un hijo de la casera que había
tenido durante mi estancia en León había sido asesinado y posteriormente
descuartizado y metido en maletas que fueron desperdigadas por la cuneta de la
carretera que conduce a Mansilla de las Mulas. La muerte, como dejó escrito
Cela, siempre produce consternación.
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