A Herminio Ramos, cronista
oficial de Zamora, le acaban de levantar una estatua en bronce. Me alegro por
él. A Herminio Ramos le leo en “La Opinión-El Correo de Zamora” donde, por cierto,
desde hace ya tiempo no aparecen las
colaboraciones de Rufo Gamazo Rico,
villalonsero de nación e Hijo Predilecto de Villalonso, en el alfoz de Toro, al que seguía con
interés. La razón de esa ausencia está justificada por su fallecimiento en los
primeros días de junio. Rufo murió con las botas puestas, escribiendo sus
colaboraciones diarias hasta casi el último día de su vida. Pero 91 años eran
muchos años, en proporción casi tantos como los que lleva garboso y bien
cuidado el castillo de su pueblo que fuese de la Orden de Calatrava y más
tarde adquirido por la familia Ulloa, defensora de la causa de Juana la Beltraneja y que más
tarde se alió con los Comuneros. Causas muy nobles ambas pero sin solución de
continuidad. Pues bien, Herminio Ramos, en su última colaboración enviada a la
redacción del diario zamorano, titulada “Desolación”, hace un breve recorrido
por las calles de la ciudad de doña Urraca partiendo de la Plaza Mayor hasta toparse con
el Mirador del Troncoso y atravesar la Puerta del Obispo, que da a una plaza “donde una
señorial encina se consume, triste y silenciosa añorando el monte que la vio
nacer, mientras se muere de nostalgia y tristeza en su cautiverio”. Herminio ha
conseguido hoy que me dé vueltas un molinillo en el estómago. Hay cajones que
es mejor no abrirlos.
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