Ya han pasado 20 años desde que la Iglesia de Inglaterra se
decidiera a ordenar para el ejercicio del sacerdocio a mujeres. Y se consiguió.
Y ahora de lo que se trata es que se dé un paso más, es decir, que esas mujeres
ordenadas para el sacerdocio puedan
llegar a ser responsables de una sede episcopal. La Iglesia Católica, por el
contrario, no permite que las mujeres puedan recibir el sacramento del Orden
aunque sí puedan llegar a ser, curiosamente siempre a título póstumo, doctoras
de la Iglesia,
como es el caso de Teresa de Cepeda, Hildegard von Bingen, Catalina de Siena, y
Francisca Martín Guérin, más conocida por su “nombre de guerra”, o sea, Teresita de Lisieux. Cuatro mujeres que
pertenecen en la actualidad al selecto “club de doctoras” que sabrían dar
respuesta segura, se les supone, a las preguntas que el catecismo de Gaspar
Astete de no darle la circunstancia de que todas ellas están muertas. Así, en
el citado catecismo, cuando el sacerdote adoctrinador hace preguntes difíciles
de poder ser contestadas, tales como: “Además del Credo y los
Artículos, ¿creéis otras cosas?”, la
respuesta del adoctrinando ha de ser contundente: “Sí, padre, todo lo que está
en la Sagrada
Escritura y cuanto Dios tiene revelado a su Iglesia”. Y es entonces cuando el
adoctrinador insiste: “¿Qué cosas son éstas?”, y el adoctrinando, muy seguro y
como si se hubiese quedado calvo detrás de las orejas, responde lo único que
cabe ante esa tesitura: “Eso no me lo pregunte a mí que soy ignorante; doctores tiene la Santa
Madre Iglesia que lo sabrán responder”. ¿Ustedes imaginan qué podrían haber
respondido tales doctoras de haber estado vivas? Es probable que, por el hecho
de ser mujeres y, por tanto, estar sometidas al “aparato del poder” hubiesen trasladado
la respuesta a tales preguntas a más altas instancias, en cualquier caso
dominadas por hombres, eso sí, altos “ejecutivos” del Cielo. Pues bien, el
arzobispo de Canterbury, un tal Justin
Welby, mucho más pragmático, está esperanzado en que tal decisión, la de
ordenar mujeres obispos, prospere, como debe ser. No hagamos como aquel
ignorante alcalde de una aldea de Castilla la Vieja donde acudió el obispo de su diócesis en
visita pastoral. El alcalde, tras los actos de culto, les ofreció al obispo y a
su séquito un refrigerio en el Ayuntamiento. Y entre vaso de vino y croqueta de
jamón, el bueno del alcalde, intentando ser cortés con su invitado le hizo la
siguiente pregunta: “¿Qué tal se encuentra la señora obispa?”, y a
continuación, “¿y los obispines?”. Sin dar tiempo a la respuesta, prosiguió:
“Ya estarán hechos unos mozos…”.
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