El pasado sábado 5 de julio
escribía sobre la sevillana “La
Venta de los Gatos”, nombrada por Gustavo Adolfo Bécquer en
sus trabajos de los días 28 y 29 de noviembre de 1862 en el periódico madrileño
“El Contemporáneo”. Sólo dos días antes, Pascual González, en “El Correo de
Andalucía”, escribía que estaba en venta: “Allí, en la avenida de Sánchez Pizjuán, chiquitita, insignificante, como
un trompo que baila en una olla de bloques de pisos que la empequeñecen,
pintada con mal gusto y con intensidad porque hasta la placa que la vinculaba,
como único vestigio, con el gran poeta no se puede leer porque taparon la
dedicatoria con el color albero de la fachada”. (…) “Me dijeron – seguía
contando Pascual González- que el Ayuntamiento de Sevilla quiere arreglar este
asunto y brindar a la ciudad con un regalo histórico y romántico”. Pues bien,
de eso nada, el alcalde Juan Ignacio Zoido no está por la labor. Y hoy, José
Gallego Espina, en ese mismo diario, comenta que “Bécquer se queda sin museo.
El Ayuntamiento desiste de convertir en museo “La Venta de los Gatos” cuyos
dueños la venden por 600.000 euros, cantidad que el Consistorio no está
dispuesto a pagar”. La concejala de Cultura, María del Mar Sánchez Estrella, ha dejado claro que “los
dueños tienen la libertad de venderlo. Yo no me planteo comprarlo para el
Ayuntamiento, sobre todo por responsabilidad”, al entender que adquirir nuevos
bienes (en este caso, un local de 300 metros cuadrados)
no es una prioridad para el municipio. Pues nada, ahí seguirá, en el barrio de
Las Golondrinas, cerca del Cementerio de San Fernando, esperando a que llegue
la piqueta. De nada sirve lamentarse. Se derruirá la Venta de los Gatos para
hacer chabolas en vertical pero quedarán en pie, eso sí, las horrorosas setas
de La Encarnación,
muy cerca del lugar donde reposan los restos de Gustavo y de Valeriano. Sí, ya
sé que no fue obra de Zoido, sino de Monteseirín. Da igual. Tanto uno como otro
entienden, por lo visto, que hacer felices a los sevillanos consiste en
inaugurar adefesios a tutiplén. De eso también sabemos mucho los zaragozanos,
que tuvimos que soportar en la década de los 90 todos los adefesios urbanos imaginables por
parte del impresentable González Triviño. Dejaron la Ciudad del Ebro con una deuda
tremenda, en la falsa creencia de que
con la puesta en marcha de tales adefesios nos hacían más felices a los
sufridos contribuyentes. Algo parecido a lo de aquel cernícalo, cuando decía a los amigotes de
taberna: “Hoy he hecho feliz a mi perro, no le he pegado”. Desaparecerá La Venta de los Gatos y no
pasará nada. Ya no quedan en sus proximidades huertas de naranjos ni
jaramagos ni matas de reseda. Zoido debería
recapacitar. Los sevillanos merecen mejor suerte.
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