Un viejo conocido mío, Dióscoro
Senantes Bofarull, buscador de cartones en los cubos de basura, echa
chispas desde que al Ayuntamiento de Zaragoza se le ocurriera la infeliz idea
de instalar contenedores en las aceras para reciclar papel. No sabe de qué
forma podrá a partir de ahora ganarse la vida.
--Pero hombre, Dióscoro, si usted ya está jubilado y cobra
pensión de la Seguridad Social…
--Bueno, ¡y qué!
--No, nada.
--¡Ah!
En cierta ocasión, unos vecinos que se mudaban de casa
tiraron a la papelera un manual titulado “La
pequeña industria al alcance de todos”,
de José Poch Noguer, Casa editorial
Bailly-Bailliere. Madrid, 1913. Se trataba de una colección de reglas prácticas
para la obtención de multitud de sustancias sin previos conocimientos químicos
y sin emplear aparatos especiales ni complicados. Y Dióscoro se lo llevó a casa
y lo estudió detenidamente. De esa guisa supo cómo conseguir preparados para
abrillantar metales a fuer de mezclar en determinadas proporciones sebo en
flor, creta en polvo, horchata espesa de almendras y tripoli, todo ello
aromatizado con esencia de mirbano; jarabería, tinturas e infusiones de ámbar
quebrantado, benjuí en lágrimas y lirios de Florencia; jabones diversos,
disecación de animales y otros muchos ingenios de harta complicación para
cualquier cristiano. En otra ocasión, Dióscoro encontró una tarjeta de visita
que rezaba: Longinos Garicano.
Técnico auxiliar de Física. Análisis químicos
cuantitativos sin descomponer la materia. Apartado de Correos, 124.
Palencia. Y también se la guardó. Dióscoro es un hombre convencido de que hoy
las ciencias adelantan que es una barbaridad, si bien reconoce que el hecho de
poder asistir de oyente a las llamadas cátedras de la Tercera Edad no le trae cuenta.
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