Personalmente, cuando alguien me recomienda la novela de un
pariente suyo, que según me cuenta escribe muy bien, procuro que me preste un
ejemplar para leerlo. Y cuando tengo el libro entre las manos, si es que me lo
deja, que comprarlo no lo compro, de inmediato me voy a la página 100 de ese
trabajo por ver qué cuenta. Un día, con ocasión de la presentación de la obra Viajando con Alirio, me contó Alfonso Zapater que escribir una novela
es agotador, que las 100 primeras páginas salen como churros pero que las
siguientes cuestan más trabajo. Eso se arregla pronto, le dije. Dedícate a
escribir cuentos o artículos de prensa. Decía Umbral que el artículo de periódico es una loncha de la escritura
general y total de uno.
--Oiga, ¡y dónde escribió eso?
--En la página 100 de su novela Pío XII, la escolta mora y un general sin un ojo.
--No lo sabía.
--Yo tampoco.
--Oiga, ¿y un cuento es otra loncha?
--Sí, también.
--¿Y un ensayo?
--Hombre, eso ya…
Don Babil Escalante hace
muchas preguntas, pero a mí no me importa que las haga. Es una obra de caridad
enseñar al que no sabe. Lo malo no es eso, lo malo es que don Babil Escalante, entre pregunta y pregunta
llame al camarero, solicite otro vermú con sifón y se coma varias gildas por todo el papo. Nunca paga lo
que consume. A la hora de marcharnos, cuando hay que liquidar la cuenta
pendiente al camarero, siempre desaparece en escena. Se esconde en el cuarto de
baño y no vuelve a salir de su refugio hasta que supone que ya me he marchado.
Y entonces, cuando con resignación comprendo que me va a tocar pagar la nota un
día sí y otro también, me acuerdo de José
Antonio Garmendia, que en su librito La
taberna de El Traga hace referencia a Francisco
Rodríguez Cala, conocido en Sevilla como Paco Nevera, que aparecía casi a diario –dice Garmendia- por esa
taberna “siempre abastecido con un suceso que contar, a él acaecido en otra
parte”. Y señala Garmendia (lo transcribo de forma resumida) que “estaba Paco
tomando una copa en Los Corales
esperando a alguien. En un instante se percató de la presencia de un ‘canino’
que rondaba la puerta del bar, echando furtivos vistazos al interior, en acecho
de un conocido generoso al que sacarle la ‘convidá’. El ‘canino’ entra en el
bar, como distraído, se dirige a Paco, etcétera… Tras unas palabras de
cortesía, el ‘canino’ aprovecha para
pegarle un repaso visual a las tapas”. Y Paco le invita tomar algo a Padilla, que así se llama el conocido
gorrón. Padilla desea tomar lo mismo que toma Paco, un portofiz, combinación de vermú y ginebra, mezclada con un huevo.
“Y cuando el camarero se retira a apañar el bebedizo, ese Padilla le llama para
hacerle una advertencia, no sé si más graciosa que triste o más triste que
graciosa.
--Maestro, la ginebra y el vermú me los pone usted en un
vaso, pero el huevo me lo trae aparte, con muchas papas”.
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