El ciudadano Rajoy
no sabe negociar. Nunca supo negociar. Le quitas la mayoría absoluta en las
Cámaras y se convierte en un pelele goyesco. ¿Y qué dice ahora? Pues dice que
“España necesita un presidente con dignidad, no uno humillado”. Vamos a ver: el
presidente del Gobierno todavía en funciones no ha sido nunca presidente de
España sino presidente del Gobierno. Los últimos presidentes de España fueron:
uno, un señorito andaluz de derechas que, como dijo Rafael Alberti, fue tonto en Priego, en Alcalá y en
Zamora; y otro, don Manuel Azaña, el
hombre honesto al que nunca se le hizo justicia. Ahora dice don Tancredo en Córdoba que “el posible
pacto PSOE, Podemos, IU y los partidos independentistas en el Congreso harán
mucho daño”. Sí, claro, a la derecha corrupta. Hoy, además, se conmemora el
quingentésimo aniversario de la muerte de Fernando
II de Aragón, apodado el Católico, tomado como ejemplo por Maquiavelo en El Príncipe, en 1513, y ensalzado por Gracián en El político,
en 1640. Fernando II conquistó Granada, expulsó a los judíos y colaboró con el
dinero de Castilla en el descubrimiento de América. Murió en Almendralejo
envenenado lentamente por las pócimas
que tomaba para poder tener un mínimo priapismo (entonces no había Viagra) y estar a la altura de Germana de Foix, que era mucho más
joven que él y mucho más fogosa. Y Fernando II, sin entrar en un concurso de méritos
con Isabel, nunca estuvo a la altura
de ésta, fallecida en 1504 de un cáncer de endometrio. Como señala Ricardo
García Cárcel, “una gran
parte de la nobleza castellana, cuando murió Isabel, demostró tener más
simpatía por Felipe el Hermoso,
marido de Juana que por Fernando”.
Pero a lo que iba, en su editorial, El
País, bajo el título de Penoso
escenario, señala: “La comparecencia de Iglesias tras su audiencia con el Rey sembró el desconcierto en las
filas socialistas, al dar la sensación de que hay posibilidades de un Gobierno
de coalición entre PSOE y Podemos. Para dramatizar más la situación, Iglesias,
decidido a romper el tablero a cada ocasión que se le presenta, utilizó al Rey
como frontón para hacer un juego con el que pretendió descolocar a los
presuntos adversarios, hasta el punto de que Sánchez, recibido en La
Zarzuela después de Iglesias, tuvo que enterarse por Felipe VI de los planes del jefe de
Podemos. Una rocambolesca situación, justificada melifluamente por Iglesias
nada menos que por el respeto institucional debido al jefe del Estado”.Ya
veremos en qué queda esta olla de grillos donde hasta los caballitos de largan del tiovivo. Lo que sea, será.
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