Nicholas Negroponte,
que ya acertó cuando predijo en 1984 cómo iba a ser nuestro próximo futuro
merced a los ordenadores, las pantallas táctiles y todas esas zarandajas, sale
ahora diciendo que “la mejor manera de llegar a nuestro cerebro es a través del
torrente sanguíneo con nanorobots,
así que podremos aprender idiomas con tan sólo tomar una pastilla”. Hombre, ¿y
porqué no se podrá aprenderse todo el temario de oposición a Abogacía del
Estado en una sola toma? Ya puestos… En fin, si lo dice Negroponte habrá que
creerle. Mi duda está en si tal pastilla deberá tomarse por vía oral después
del desayuno, durante la comida o antes de la cena. Sobre eso de poseer don de
lenguas, ya Saulo de Tarso, Pablo el Jockey para los amigos, en su Primera epístola a los corintios hacía
referencia a ese tipo de cosas. Y en los Hechos
de los Apóstoles se cuenta que aquel don, transmitido por el Espíritu Santo a los apóstoles
cincuenta días después de resucitar Cristo y coincidiendo con la
Pascua judía de Pentecostés mediante unas lenguas de
fuego, cesó con la muerte de éstos, en el siglo I. Claro, por aquel entonces no
existía la pastilla del profeta Negroponte y se comprende que con la muerte de
cada uno de los apóstoles se fuese también fundiendo el disco duro del
poliglotismo existente en su colodrillo. Pero pronto será distinto, si se
cumple la profecía de Negroponte. Lo que ya no sabemos es qué idioma podrá
aprenderse, si latín, alemán, sueco, ruso o catalán, por citar algunos de
ellos. Porque para aprender chino, es un suponer, será necesario tomarse varios
tubos de pastillas. Y para aprender gallego y poder cantar aquello de “Se queres trocar con agua. / Se queres
trocar troquemos/ estes meus ollos gallados/ polos teus que son morenos”,
bastará con un cuarto de pastillita disuelta en una cuchara con agua. Es decir,
todo irá en consonancia con la dificultad de idioma deseado. Tampoco sabemos si
tales pastillas entrarán en el petitorio del SOE, que en el del PSOE seguro que
no entrarán hasta que ese fármaco contra la estulticia no sea genérico. Más
adelante hasta podría ser que
apareciesen grageas para otras cosas, verbigracia, aprender a tocar el
bombardino, escribir mediante pictogramas como hacían los sumerios con
tablillas de arcilla húmeda, saber hacer
encaje de bolillos, o bailar el Bolero de
Algodre con la maestría que lo hace vestida de viuda rica una conocida mía,
Oriana, como el personaje de Amadís de Gaula, residente en Villamor
de Laladre: “El que baile bolero, / tenga
cuidado, / ay, ay, ay”, o sea. Yo,
que sólo conozco la legua de Cela,
espero hacerme con un pastillero clasificador para conocer lo que debo tomar,
en qué dosis y a qué hora, que esas cosas de estar al cabo de la calle hay que graduarlas
concienzudamente. Y, cómo no, procurar no tomarlas caducadas, que nunca se sabe
lo que puede ocurrir, así como leer el prospecto con la posología y los efectos
secundarios, no vaya a acontecer que aprenda a decir en inglés “mi tío es
sastre”, es decir, “my uncle’s tailor”,
o algo parecido, y se me olvide la tabla de multiplicar.
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