Hoy publica el diario ABC
una Tercera de José María Pemán, “Con la
boca cerrada”, escrita por ese académico de la Española en 1958, con motivo del cuadringentésimo
aniversario de la muerte de Carlos I
ocurrida en Yuste el 21 de septiembre de 1558. Pemán describe a ese rey
señalando que “tenía esa cara
anhelante e inexpresiva que suelen tener los que, por haber padecido
vegetaciones, alargan la mandíbula inferior con avidez de oxígeno. Luego, el
romanticismo, amigo de valorar las cosas turbias y enfermizas, le sacó a esto
también su gracia: la disnea asmática de Proust
fue traducida como una expresión de anhelo y deseo que excitaba a sus
admiradoras. Pero Carlos V fue contemporáneo de las viriles figuras armoniosas
que adoraba el Renacimiento. Torpón de palabra, lento de consejo, chapurreando
apenas el español, el nuevo Rey estaba en complejosa desventaja en medio de
aquel mundo estatuario de Garcilaso
y del Gran Capitán”. (…) “En
Calatayud, un baturro irrespetuoso, español, sin temor ni cortesía, le gritó:
«Majestad, cerrad la boca, que las moscas de esta tierra son insolentes». Y
Carlos la cerró enérgicamente. No le entraron moscas en la boca. Habló poco y a
tiempo, con más miedo ante los “procuradores” en Cortes que ante el Papa y su
Curia. Cerró la boca, con el gesto decisivo que le pintó –ecuestre– el Tiziano: como si hubiera mordido la Historia”. Por otro lado,
el embajador veneciano Gaspar Cortarini
describió a Carlos I cuando el rey tenía 25 años de esta manera: “Es de
estatura mediana, mas no muy grande, ni pequeño, blanco, de color más bien
pálido que rubicundo; del cuerpo, bien proporcionado, bellísima pierna, buen
brazo, la nariz un poco aguileña, pero poco; los ojos ávidos, el aspecto grave,
pero no cruel ni severo; ni en él otra parte del cuerpo se puede inculpar,
excepto el mentón y también toda su faz interior, la cual es tan ancha y tan
larga, que no parece natural de aquel cuerpo; pero parece postiza, donde ocurre
que no puede, cerrando la boca, unir los dientes inferiores con los superiores;
pero los separa un espacio del grosor de un diente, donde en el hablar, máxime
en el acabar de la cláusula, balbucea alguna palabra, la cual por eso no se
entiende muy bien”. Recomiendo la reimpresión de un texto de Manuel Giménez Fernández (Política inicial de Carlos I en Indias. II Bartolomé de las Casas. CSIC, Madrid,
1984) donde en la página 187 se cuenta lo que
Pemán trasladó en su artículo de ABC:
“Por razón de ese carácter inseguro e la estancia de Carlos en Calatayud, donde
tuvo lugar la para el Rey poca lisonjera advertencia del villano que le
aconsejó cerrara la abierta boca a causa del caído belfo, cuya noticia nos ha
conservado Zúñiga, ni los Consejos Reales, ni aún los secretarios de Despacho
le asistieron durante la semana allí pasada, y por ello no se conserva Cédula
alguna respecto a Indias expedida en aquella villa aragonesa. (…) No hubo sin
embargo como vimos tiempo en Calatayud para tratar de ello, pues el martes 4 de
Mayo de 1518, el Rey con su séquito se puso en camino, y por El Fresno (sic) y La Muela llegó el 6 a la Aljafería, donde
permaneció dos días…”, etc.
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