No se debe confundir el tocino con la velocidad, como parece que han hecho
Alfonso Lázaro y
Raúl García al solicitar a
Ismael
Moreno, magistrado de la Audiencia
Nacional, que les devuelva sus respectivos pasaportes y
levante la obligación de que deban acudir a diario a los juzgados. Dicen en su “descargo”
que lo que hicieron en Madrid no pasaba de ser una obra de ficción; y comparan
aquel espectáculo bochornoso con la película dirigida en 1994 por
Imanol Uribe Días contados, basada en una novela de
Juan Madrid,
que recibió la
Concha de Oro a la mejor película del
Festival de Cine de San Sebastián y ocho
Premios Goya. En efecto, en esa
película, el actor
Carmelo Gómez
grita en un momento determinado “¡Gora ETA!” Pero en cualquier cabeza cabe que
si la película hubiese sido de nazis, también podría haberse escuchado “¡
Heil Hitler!”. Una cosa es un guión cinematográfico, que sitúa su argumento
en un momento determinado de la historia reciente, y cosa bien distinta que
gratuitamente y sólo por poner palos en la marrana de una noria que ya no saca
agua, se haga apología del terrorismo en una representación de teatro de guiñol
dirigida a padres y niños, donde se escenificaba el ahorcamiento de un juez, el
apuñalamiento de una monja y la muerte de un policía. La obra La bruja y
Don Cristóbal,
donde aparecía el texto Gora-Alka-ETA, no era para niños, porque los niños no
entienden ciertas cosas. Tampoco para padres, que todavía conservan en sus
recuerdos el casi millar de muertos inocentes a manos de unos asesinos vascos.
El argumento es el siguiente: la bruja, la protagonista, está en su
casa y
su vida es interrumpida por la
aparición del legítimo poseedor legal del piso, que decide aprovecharse de la
situación para violar a la bruja. La bruja mata al propietario en el forcejeo.
Pero queda embarazada, y nace un niño. Entonces aparece el muñeco de la monja,
que intenta llevarse al bebé. Pero la bruja se resiste y, en el enfrentamiento,
la monja muere. Aparece la
Policía, que golpea a la bruja hasta dejarla inconsciente y
luego construye un montaje para acusarla ante la ley, colocando la ya famosa
pancarta de ‘Gora Alka-Eta’ sobre su cuerpo. El juez llega entonces y condena a
muerte a la protagonista. Pero la bruja engaña al juez, que mete la cabeza en
su propia soga. Y la bruja acaba ahorcando al juez para salvar su propia vida.
Pues bien,
el
terrorismo, como el fascismo, no debe enaltecerse ni en broma. Hay asuntos tan
graves en la memoria de todos los ciudadanos de este país que su recuerdo todavía
sigue produciendo escalofríos. Una cosa es la libertad de expresión,
contemplada en el artículo 20 de la Constitución
Española, y otra muy distinta el enaltecimiento del
terrorismo y el odio (también existe el delito de odio en nuestro Código Penal)
durante el Carnaval de Madrid. Bromas, las justas.
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