jueves, 4 de febrero de 2021

Apoyado en la misericordia

 

Aquellos que visiten la sillería del coro de la Catedral de Zamora podrán hacerse una idea de cómo deberán colocar el culo en pompa (ver las misericordias de los asientos) para que una enfermera o enfermero les introduzca el hisopo por salva sea la parte para poder determinar si existe, o no, contagiados de coronavirus. Las tallas en madera de nogal de Juan de Bruselas, de contenido burlesco y marcadamente erótico, ilustran al visitante por sí mismas. Las misericordias eran unas piezas añadidas en los asientos de los coros de las iglesias y abadías para un apoyo disimulado de los clérigos cuando era necesario permanecer en pie mucho tiempo rezando y entonando gorigoris. Son como sillines de la bicicleta que ayudan a pedalear a los monjes por el camino insondable existente al otro lado de una nube de incienso que todo lo magnifica. Recuerdo que en cierta ocasión, con motivo de una visita a la Cartuja de Aula Dei, en Zaragoza, don Pablo, que así se llamaba el fraile con el que debía ventilar un asunto de menor cuantía relacionado con la empresa en la que yo prestaba mis servicios, me enseñó con mucha amabilidad su humilde celda, el refectorio y la iglesia del monasterio, en la que perduran en sus paredes siete frescos murales de Goya de los once que hubo en un principio, pintados entre 1772 y 1774, todos ellos relacionados con la Virgen María: la anunciación a Joaquín y Ana por los ángeles, el nacimiento de la Virgen, los esponsales de la Virgen, la visitación de la Virgen a santa Isabel, la circuncisión de Cristo, la presentación del Niño en el templo, y la epifanía. Los cuatro frescos que faltan se perdieron como consecuencia de Desamortización de 1836, la salida obligada de los monjes, la desidia y el abandono. Algo que sólo es explicable en una España decimonónica henchida de salvapatrias, espadones, analfabetos y gañanes. Los espacios vacíos de tales desapariciones goyescas fueron ocupados en 1902 por pinturas de los hermanos Buffet, quienes se encargaron de repintar con toscos brochazos, ¡qué locura!, los espacios deteriorados en los frescos “salvados” del maestro de Fuendetodos.

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