lunes, 22 de febrero de 2021

Pobre barquilla mía...

 


Como la pandemia de coronavirus se está prolongando más de lo deseable en España, es posible que el turismo europeo opte por otras alternativas vacacionales, por ejemplo, las 227  islas griegas, donde las aguas son templadas, los paisajes de ensueño y las puestas de sol, espectaculares. En España los hoteles son caros, los camareros están resabiados, los paisajes costeros están plagados de adefesios urbanos (Benidorm es un ejemplo de lo que no se debe hacer) y desde La Línea hasta Motril la mafia internacional lo ocupa todo. Hemos matado la gallina de los huevos de oro (esa fábula corta que se atribuye a Esopo) y hemos destripado para saber qué encierra en sus entrañas. ¿Y qué me dicen del turismo interior? Salvo el acueducto de Segovia y las murallas de Lugo, que están a la intemperie, es necesario pasar por taquilla si pretendemos ver algo de fuste. Ya hasta cobran la entrada hasta por visitar catedrales y algunas colegiatas. Aquí los templos en ruina los arregla el Estado; más tarde los obispos (transustanciados en registradores de la Propiedad) los inmatriculan por 30 euros; para después cobrar 15 por cada vista guiada. Por otro lado, los viajes del IMSERSO en época no vacacional (cancelados hasta el otoño de 2021) donde una parte de los gastos (el año pasado la contribución estatal fue de 133 millones de euros) corren por cuenta del Estado, tampoco creo que sea el bálsamo de Fierabrás para nuestro males. Pretender que el turismo siga siendo la primera “industria” española es un craso error. Cuando termine esta pandemia llegará otra hasta puede que más agresiva, conque no queda otra que tener paciencia y a barajar, porque por invertir en I+D+i no estamos. ¡Que inventen ellos! Nosotros ya nos aprovecharemos de sus invenciones, como ha sucedido con la vacuna contra el SARS Cov-2.  La ley de Murphy señala que cuando las cosas van mal, siempre pueden empeorar. De hecho, los datos correspondientes a 2020 han sido devastadores. Y la cuarta ley de Finagle indica que si un trabajo se ha atascado, todo lo que se haga por arreglarlo sólo conseguirá empeorarlo. Ya hemos visto que los ERE (tener derecho a prestación por desempleo sin haber cotizado un periodo mínimo a la Seguridad Social) son pan para hoy y hambre para mañana. “Pobre barquilla mía/ entre peñascos rota/ sin velas desvelada/ entre las olas sola…”. En fin, siempre nos quedará la lírica castellana.

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