domingo, 21 de febrero de 2021

Esto es un sinvivir

 

Los barrios de las grandes urbes son como ciudades pequeñas donde casi todos nos conocemos de vista: de coincidir en la panadería, de la fila de caja del supermercado, de paseos por el parque o de concordar en algún sitio. Qué más da dónde. El caso es que hace tiempo que he dejado de ver a muchos vecinos de barrio que siempre acostumbraba a distinguir sentados a la misma hora en la  terraza del bar, portando la pesada cesta de la compra o mirando el precio de unas latas en conservas de Vigo en un escaparate de ultramarinos. ¿Acaso habrán hincado el pico por la pandemia? Siempre me queda esa duda. Me alegro cuando pasado unos meses vuelvo a ver a esa persona a la que echaba en falta caminado por la acera de enfrente o a la sombra de un pino. Será que no habíamos coincidido, o que ese conciudadano se había marchado una temporada a casa de una hija que reside en otra diócesis. Nunca lo sabré porque nadie nos ha presentado y, como digo, sólo la conozco de vista. Aún en el supuesto de que su esquela mortuoria hubiese aparecido en la prensa local tampoco lo sabría, porque yo sólo leo la prensa de Madrid y, por tanto, desconozco su identidad y el de los parientes de sangre que suelen aparecer en letra más pequeña rogando al lector una oración por el alma de la persona difunta. Aquí lo que hace falta son más vacunas y menos misas de réquiem, si queremos que se produzca la inmunidad de rebaño y para que tengamos la certeza de que cuando no vemos a un vecino durante algún tiempo sea por las razones de siempre, o sea, por haber cambiado de barrio, por haberse muerto de lo que parece normal que se muere la gente, o por haber tomado las de Villadiego y cambiado de aires tras ser desalojado de su vivienda por un lanzamiento judicial. Cuando alguien se marcha del barrio, o se marcha al otro barrio, sus allegados deberían hacerlo constar, colocando una reseña en la puerta de la parroquia al estilo de las que se colocan con las amonestaciones previas a las bodas. Así respiraríamos todos más tranquilos. Porque lo que está ocurriendo, oiga, es un sinvivir.

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