jueves, 25 de marzo de 2021

Entre el silbido y la magia

 
A mi entender, debería procederse a crear hoy mejor que mañana el grado en Filología del Silbo Canario, que es lo que usan los isleños de La Gomera y de El Hierro para entenderse en la lejanía. No es fácil entenderse por silbidos, algo que sólo practicaban los pastores para ordenar a los inteligentes perros el repliegue del ganado y el pajarito Pinzón, que todo lo que veía se lo transmitía a los Reyes Magos. Dicen que fue un “invento” de Radio Zaragoza en la década de los 60 (cuando era la emisora EAJ 101) donde alguien hacía silbar a  un artilugio de plástico con agua y traducía la locutora Pilar Ibáñez, que leía las cartas que los padres enviaban a la calle Marina Moreno, 21, consiguiendo que muchos chavales tuvieran la oreja pegada a la radio en los días previos a la Navidad. El programa se hacía por las tardes y estaba patrocinado por el ya desaparecido Bazar X. El pajarito Pinzón y el Ratoncito Pérez,  fueron dos animalillos mágicos en la niñez de los que ya peinamos canas. El ave era un chivato que decidía de alguna manera a quiénes había que poner juguetes o un saco de carbón; el roedor,  según relato del jesuita Luis Coloma, se encargaba de recoger los dientes que se les caían a los niños y que debían colocar bajo la almohada para recibir un modesto premio. Aquel ratoncito tuvo hasta una vivienda en el número 8 (entonces número 12) de la madrileña calle del Arenal, donde se encontraba la Confitería Prast. Por esa razón, el ratoncillo dormía dentro de una caja de galletas. La confitería la fundó Carlos Prast Julián, un turolense de Vivel del Río Martín. Era proveedor de la Casa Real desde 1863 y fue el primero en “acuñar” las famosas monedas de chocolate. Murió en Madrid en 1903. Benito Pérez Galdós hace referencia a esa confitería en “España trágica” (número 42 de los “Episodios Nacionales”), en su novela “La desheredada” y en “Lo prohibido”. También la menciona Emilia Pardo Bazán en su cuento “En tranvía”.

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