Existe el dicho: “A la vejez viruela, sarampión, sarna y dolor de muelas”, que dio pie a una obra teatral en tres actos de Manuel Bretón de los Herreros, “A la vejez viruelas”, escrita en 1817 y estrenada en el madrileño Teatro Príncipe el 14 de octubre de 1824, parece ser que haciendo referencia a Leandro Fernández de Moratín, muerto en 1828 en París, y que en su primera comedia “El viejo y la niña”, estrenada en 1790, reprueba una boda que nunca debería haberse efectuado por la desigualdad de edad de los cónyuges y por una serie de engaños. Y, también, a otra comedia del mismo autor, “El sí de las niñas”, estrenada en 1806 en el Teatro de la Cruz (descrito por Pérez Galdós en “La corte de Carlos IV”, segunda obra de los “Episodios Nacionales”, demolido en 1859) y cuya trama transcurre en una posada desde las siete de la tarde hasta las cinco de la madrugada, donde una joven de 16 años es obligada por su madre, doña Irene, a casarse con don Diego, un rico hombre de 59 años, ignorando que su hija está enamorada de un joven militar, Félix, que en realidad se llama Carlos y es sobrino de don Diego. El dicho popular que, como digo, da pie a la obra de Bretón hace referencia a aquellas cosas que se realizan fuera de la edad pertinente. En su trama de enredo “A la vejez…” Bretón refiere las vidas cruzadas de varios personajes: la viuda, doña Francisca que estaba enamorada de Enrique, mucho más joven que ella. A su vez, éste estaba prendido por Juaquinita, hija de la viuda y prometida del anciano don Braulio, aunque también estuviese prendada de Enrique. Que yo recuerde, solo en la obra de Goethe, el personaje Fausto, incapaz de ser feliz, recibe como agua de mayo la visita de Mefistófeles, al que vende su alma a cambio de la juventud hasta que muera. Todo por conseguir el amor de Margarita, finalmente separados en prisión por una pared de calabozo. Mi consejo es que conviene pactar con el Ángel Caído. Al final, como sucede en la ruleta, siempre gana la banca.
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