martes, 9 de marzo de 2021

Torreznos para romper la Cuaresma

 


A Domingo Lerma Sacañet le gustaba leer la prensa en su butaca de orejas. Extendía el diario “El Norte de Castilla” como el que pone un mantel sobre una mesa de velador, buscaba la página de sucesos, lo doblaba con mucho cuidado, encendía un cigarrillo de Bisonte, tomaba un sorbo de de vino blanco y se deleitaba leyendo con atención cómo un tranvía le había cortado una pierna a una señora cuando venía de la compra y no había tenido cuidado al apearse, la detención de unos atracadores tras robar en un estanco, o un choque de dos automóviles en el punto negro del cruce de Gallur. Domingo Lerma Sacañet solía decirme que habría que prohibir la entrada en Aragón a los moros sin papeles y a los sorianos resabiados como medida precautoria. Yo le solía contestar que a los moros ya los había echado de España los Reyes Católicos, también a los judíos, pero que los sorianos, tanto resabiados como abantos, tenían libertad de movimiento por todo el territorio nacional. Pero Domingo Lerma Sacañet siempre me respondía lo mismo: “Mire usted, si Soria cuenta con poca población es porque los sorianos están en la diáspora fabricando torreznos con corteza crujiente e interior jugoso, que también son manías y ganas de buscar los tres pies al gato. Si al menos hicieran los patrióticos jeringos…”. “Hombre, don Domingo –le decía yo—los torreznos de tocino entreverado ya aparecen en “El Lazarillo de Tormes”, donde se cuenta que ‘sangraba el avariento fardel, sacando no por tasa pan, más buenos pedazos, torreznos y longaniza’. Los torreznos, además, sirven para romper la Cuaresma en muchos pueblos. ¿Y las migas…, ha probado usted las migas con torreznos?..., ¿y espolvoreados con gofio?”. Domingo Lerma Sacañet, en un momento de la conversación dejaba el periódico sobre la mesa de velador doblado con mucho cuidado y se servía otro vasito de vino blanco. “¿Quiere usted?”, me decía. “Bueno”, le contestaba. Y Domingo Lerma Sacañet me vertía el vino en mi vaso, siempre el gaditano ‘Barbadillo’, con mucho cuidado y sin dejar caer una gota fuera de su sitio. Tras servirlo, levantaba el cuello de la botella y le daba un giro de muñeca como hacían los buenos sumilleres. Entendía Domingo Lerma Sacañet que en esta vida hasta las cosas más nimias requerían de sus protocolos. “¿Sabía usted –me dijo circunspecto- que el primer ‘Barbadillo’ llegó a Sanlúcar de Barrameda en 1821 desde Méjico, justo cuando se independizaba de España? Seis años más tarde apareció la denominación ‘manzanilla’ en una botella con el nombre de ‘Divina Pastora’ que Benigno Barbadillo Ortigüela envió a Filadelfia?”. “No lo sabía”, le contesté. “Por cierto, don Domingo, con el ‘Barbadillo’ puede que entren bien los torreznos, limpia el garganchón”.”Hombre, visto así… ¡qué sé yo!, eso también lo consigue el bicarbonato. La industrialización del país debe llevarse con suma cautela”, me contestó al tiempo que se rascaba el colodrillo con su larga uña del dedo meñique. En el jardín, un perro levantaba la pata y orinaba con sosiego sobre el tronco de un ciprés un chorrito breve con la elegancia del toque de sifón sobre un excelso vermú en Casa Paricio.

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