miércoles, 15 de septiembre de 2021

Agua que no has de beber...

 


 A mí eso de los balnearios siempre me produjo una rara sensación decadente con pinceladas costumbristas. Me ocurrió cuando vi un pase de la película “Muerte en Venecia”, también en “Sostiene Pereira”. Pasar unos días en un lugar recoleto para “tomar las aguas” se me antoja como aquellos “baños de sol” que tomaban nuestros abuelos en la playa de la Concha. Hay balnearios con remedios milagrosos para casi todo: aparato respiratorio, aparato digestivo, aparato urinario, cuadros sicosomáticos, enfermedades infantiles, afecciones ginecológicas, osteoporosis… Llegas, te asignan una habitación más o menos confortable, un médico te mira la tensión arterial y enseguida te pones el meyba para darte un chapuzón en aguas termales y quitarte el mal pelo de encima. Me imagino a Pío Baroja en Cestona, en calidad de médico titular (medikuzarra) como en la película de Visconti, donde aflora todo el esplendor de la belle époque tomando el pulso a tipos raros, como aquel Aschenbach  en el Hotel des Bains del Lido veneciano. Sobre aquellas aguas de Cestona parece ser que tenían beneficios demostrados para el riñón, el bazo, la clorosis, la melancolía y las herpes inveteradas. Pío Baroja paso de ser médico titular de Cestona (agosto de 1894 a septiembre de 1895) a convertirse en panadero en la tahona de su tía-abuela, doña Juana Nessi, en Madrid por algún tiempo y siempre en compañía de su hermano Ricardo.  Y de ahí pasó directamente a dedicarse a la literatura. Por esa razón, tal vez, sus libros tengan tanta miga, como le escribiese un día Rubén Darío.  Doña Juana Nessi no se vio llevando el manejo del negocio tras la muerte de su marido, Matías Lacasa, que había acudido a Viena, a la Exposición Universal, de donde trajo a Madrid la fórmula del “pan de Viena”, que fue todo un éxito. El  edifico donde se encontraba el horno era un enorme caserón que daba a dos calles, a la de la Misericordia y a la de Capellanes (de ahí que Matías Lacasa, llamará al negocio Viena Capellanes). Aquel caserón se llamaba de los Capellanes de las Descalzas Reales porque en ella vivían los capellanes del convento. También en su interior se organizaban tertulias, a las que solían acudir entre otros literatos, Valle Inclán, Galdós y Azorín. El lucense Manuel Lence terminó comprando la tahona. En la trastienda de aquella panadería vieron la luz las novelas “Vidas Sombrías”, “La Casa de Aizgorri”, “Silvestre Paradox” y “Camino de perfección”. También Ricardo Baroja pintó varios lienzos, entre ellos uno de enormes dimensiones de la estación de ferrocarril de León, que todavía guardan colgado los herederos de Lence en la pared del despacho.

No hay comentarios: