viernes, 3 de febrero de 2023

Comer arcilla


 Fermín Sánchez González (1893-1971), más conocido como Pepe Montaña, señalaba en su magnífico cronicón sobre la vida en Santander durante la primera mitad del siglo XX que terminando el año 1932 se puso de moda entre los ciudadanos de la Capital de la Montaña el juego del yo-yo. Y, también, que por aquellos días apareció entre sus calles un personaje singular, Ignacio San Pedro Pérez, “con su barba negra, poblada, con su melena al aire con las sandalias en los pies, con la camisa desabrochada y con su traje limpio”.  A aquel estrafalario tipo la gente le conocía con el nombre de Arcilla, y ahora diré el motivo. Estaba convencido aquel buen hombre de las ventajas de comer arcilla, frutas y legumbres. Tal como apareció por sus calles, desapareció sin dejar rastro. Más tarde apareció en Madrid con el apodo de Cristobalia. Sobre ese raro personaje espero seguir contando cosas interesantes.  Pero comer arcilla no parece que formara parte de los gustos de los santanderinos precisamente entonces, cuando se puso de moda comer  besugo y abundantes platos  de alubias en la afamada taberna que Eleofredo García, alcalde de Santander, que tenía en Puertochico. Por fortuna, se conservan bastantes documentos gráficos de aquel año 1932 en Santander, sin  duda debidos a la estancia del primer presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora, entre los días 17 y 22 de agosto de aquel año. El más importante de esos documentos es una película de 35mm y 16 minutos de duración que muestra un recorrido por las más importantes calles y edificos antes del cambio de su fisonomía urbana consecuente de los posteriores derribos del alcalde Castillo (sucesor de Eleofredo García) de los bombardeos durante la Guerra Civil el 27 de diciembre de 1936 (que produjo la muerte de 64 vecinos, además de los 171 asesinados en represalia aquel día en el barco-prisión “Alfonso Pérez”) y del pavoroso incendio de 1941. En esa película-documento, como digo, hay imágenes inéditas de El Sardinero, de la desparecida ermita de san Roque, la Casa Galdós, o elementos singulares como la Farola de las cuatro Estaciones, más tarde trasladada a la calle Vargas. Durante su estancia, Alcalá Zamora pernoctó en el buque “Miguel de Cervantes”, atracado en el muelle de Albareda. No volvió a Santander hasta su salida de Madrid junto a toda su familia, el 6 de julio con destino a esa ciudad, y desde allí embarcó rumbo a Hamburgo en el vapor “Cabiria”. Había pernoctado en el Hotel Méjico y en su triste despedida solo le acompañó hasta el muelle el alcalde Castillo, al que se le apodó como “Cerveruca” por los destrozos antes citados, solo comparables a los cañonazos  disparados contra población civil desde el  crucero “Almirante Cervera”, también apodado como  “El Chulo del Cantábrico”  por la impunidad con la que minaba puertos o cañoneaba localidades costeras (también durante la “desbandá”  en la carretera entre Málaga y Almería durante el éxodo de la población malagueña en febrero de 1937) estando al mando del capitán de fragata Salvador Moreno. Para más humillación, para seguir comiendo arcilla, diría yo, un cañón de ese crucero permaneció durante décadas en la plaza Rubén Darío de El Sardinero.

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