sábado, 4 de febrero de 2023

Cristobalia

 


 

Ayer comentaba aunque de pasada, en “Comer arcilla”, la figura de Ignacio San Pedro Pérez, conocido en los ambientes santanderinos con el apelativo de Arcilla. Y contaba que aquel estrafalario personaje apareció por las calles de Santander en 1932 y que, tal como apareció, se marchó sin dejar huella. Pero lo cierto es que aquel excéntrico purriego, cuyo verdadero nombre era el de Ignacio María de San Pedro y Pérez Montes, había nacido en 1897 en la localidad de San Mamés, pedanía de Polaciones, cuyo valle consta de nueve aldeas. Pues bien, en 1934 apareció por Madrid tras muchas andanzas por diversas regiones. Leyendo a Eduardo Valero García (“Historia Urbana de Madrid”), he podido seguir la pista de ese curioso personaje por datos que a él le aportó José Ángel Fernández de la Calle llegadas “de boca a oído” y de las que yo he tomado nota. Ignacio San Pedro, se autodefinía como “Hispano Sumo Pontífice del Naturalismo Universal”, tal como ponía en sus escritos en prosa y en sus grotescas rimas. Fernández de la Calle recordaba haberle visto vagabundear “en las proximidades del hospitalillo donde se dispensaba recetas  homeopáticas al lado de la glorieta de Quevedo”, con amplia melena, capa y sandalias. Le apodaron como Cristobalia. Parece ser, también, que a su llegada a Madrid se hospedó en la calle del Pez número 20, segundo piso. Entre sus pertenencias, llevaba consigo un tubo que guardaba un mapa de América y un huevo de madera “donde emulaba la gran pericia de Colón para mantenerlo en pie”, al tiempo que decía que el Nuevo Continente debería haberse llamado Cristobalia en vez de América, en homenaje a Américo Vespucio. Pero antes de su llegada a Madrid, en la década de los 20 estuvo luchando en el Rif y sufriendo en sus carnes el desastre de Annual. Más tarde, en Valladolid, fue internado en un manicomio. Parece ser, según manifestaba Cristobalia, que a lo largo de su vida fue internado por su locura en 26 ocasiones, muchas de ellas en el sanatorio del doctor Ezquerdo. De Valladolid marchó a Barcelona y fue detenido cuando daba una proclama en la playa de La Deliciosa, en la Barceloneta. Posteriormente, en Valencia fue detenido por haber desplegado su conocido mapa junto a una imagen de la Virgen. Ya en Madrid, frecuentaba el café Iruña (Eduardo Dato, número 8) junto a la Gran Vía. Cuenta Eduardo Valero que  “allí fue llevado por un grupo de isidros santanderinos para hablar de naturaleza, y después, con permiso del dueño del establecimiento, a disertar sobre Cristobalia en busca de adeptos”. Y añade que “el periodista Antonio Otero Seco pudo comprobar que muchas personas famosas habían firmado el álbum de adhesiones de Cristobalia. Entre ellos, las rúbricas de Jacinto Benavente, el americanista Rafael Altamira, Ramón Gómez de la Serna, el actor y sacerdote José Mojica, José Gutiérrez Solana, Francisco Vighi, algunos periodistas y ministros de la época, y la actriz Greta Garbo”, y que  “aquella verborrea rimada llamó la atención de Juan Aparicio López, director entre 1946 y 1951 de ‘Pueblo’, diario vespertino del Movimiento. Durante unos meses Cristobalia escribirá una sección en verso (“Aleluyas”) cargada de alegres disparates y absurdeces divertidas. En apariencia extravagantes e inofensivas, causarán más de un dolor de cabeza al director, quien, como responsable de la censura, tendrá que prescindir de sus servicios”. En 1947, en un altercado con la policía, fue enviado a una comisaría, donde el comisario mandó que le afeitasen la cabeza. Aquello le causó una gran depresión y estuvo más de 6 meses sin salir de la habitación de la pensión, pero volvió por sus fueros en abril de 1948, ya con su habitual melena, “retomando su cruzada por las calles, el Metro y las tabernas y clamando que América debería rebautizarse como “Isabelia”, en honor a Isabel la Católica”. El 11 de enero de 1951 el Diario de Zamora contaba que el día anterior “había sido detenido en Santiago de Compostela un individuo, procedente de Vigo, que decía ser Cristobalia”. Se tuvo noticia de su muerte en 1972 por un artículo publicado en el diario ABC (16 de agosto) y firmado por Antonio Iglesias Laguna. Antes de ello había pasado por el manicomio de Ciempozuelos y dado de alta por ser considerado como “loco no peligroso”. Tuvo recaídas y libertad de movimientos dentro de los centros de atención médica, y según José Manuel Rebolledo Cosío usaba el sanatorio de Ciempozuelos como si fuese una residencia de ancianos y allí está enterrado. Es referenciado en noventa y cuatro artículos periodísticos de diversas provincias españolas y en veintinueve libros de temáticas diferentes. Todo un personaje de novela.

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